Criticar o no criticar.

Hoy he leído algo bueno, muy bueno. Pero tenia un fallo, o al menos a mí me lo parecía. He escrito un comentario diciendo lo bueno que era, y señalando el fallo con mucha cortesía. Y después de pensarlo, no lo he enviado.

No me parecía honesto comentar sin decir también el fallo, no hubiera dicho la verdad. Pero nadie me había pedido mi opinión; tal vez esas palabras hubieran caído mal. Tal vez señalar un error (que igual no lo era) solo hubiera generado desaliento, y mi crítica no habría aportado nada positivo, sino al contrario.

Me ha pasado otras veces.

Y sin embargo yo pido que critiquen mis textos. Con saña, si es preciso. Agradezco mucho esas opiniones, me ayudan a mejorar. Pero nunca sé si los demás se toman las críticas de esa forma. Ante la duda, prefiero no cagarla.

Deberíamos inventar un cartelito diciendo «se aceptan críticas» para quien quisiera ponerlo en su blog. Con todo lo que ello implica.

Yo lo considero un acto generoso. Criticar implica arriesgarse a opinar sobre un texto, tomarse la molestia de leerlo y analizarlo, y después señalar aquello que uno cree que se puede mejorar.

Puede que haya quien critique por otras razones menos limpias. No lo sé. Yo le supongo esa actitud solidaria a quienes me ayudan. Y les agradezco el estímulo que supone para mi.

Quisiera poder hacer eso mismo por los demás, asumiendo ese riesgo de cagarla, pero me da reparo. Me callo esas cosas que tal vez podrían ayudar. Me puede la modestia, o quizás me asuste pensar que por e hecho de criticar alguien pueda pensar que me creo mejor, o que trato de mostrar lo que se, o que hago de menos su esfuerzo y su trabajo.

Esas son mis dudas. Y ante la duda, es mejor no tirar piedras al lago.