De héroes anónimos.


1.
Roxana gemía sin motivo en su trona y Manu no quería terminarse el desayuno. La misma historia de todas las mañanas. Lola les dedicó una amorosa regañina mientras retiraba la cafetera del fuego y se servía una buena taza. La iba a necesitar.
—Manu, por favor, hoy no podemos llegar tarde.
Sacó el brick de leche del frigorífico. Esteban entraba por la puerta en ese momento, le quitaba el collar a Blacky y se disponía a recoger las mochilas. Ya casi estaban, pero se detuvo. Había pasado algo por alto. ¿No le había parecido ver un huevo roto? Renunciando a la prisa, abrió de nuevo el frigorífico para comprobar que allí estaba ese estropicio, ocupando un hueco junto a los demás en la huevera, con la cáscara quebrada por la parte de arriba y un vertido viscoso que ahora ya no tendría tiempo de limpiar. Alguien se había ganado un buen castigo.
—¿Se puede saber quién ha hecho esto?
Esteban levantó las dos manos, la pequeña Roxana siguió enredando con su papilla y Manu bajó la mirada y se llenó la boca de galletas, en actitud más que sospechosa. Pero no quería precipitarse: el huevo podría haberse roto en el trayecto desde el supermercado; tal vez fue ella misma quién lo colocó allí sin darse cuenta. Por extraño que le pareciera, esa podía ser la explicación.
Trató de visualizar cómo había abierto el pack con la media docena y los había colocado el día anterior, cuando volvieron con la compra. Recordó que después había tirado el cartón a la basura y que lo tuvo que recoger de nuevo para dejarlo en el cubo azul. Se obligaba a ser meticulosa en esto. Miró de nuevo y, efectivamente, allí estaban los seis huevos, tal y como ella los había dejado, justo a continuación del que estaba roto. Vaya. ¿Siete huevos? ¡Solo había comprado seis! ¿De dónde demonios había salido ese huevo tan… extraño?
Porque, ahora que reparaba en él, comprobaba que era más pequeño que los otros, con esas motas oscuras sobre fondo blanquecino que le recordaban más a un huevo de codorniz. Pero eso no podía ser, este huevo era algo más grande y no era precisamente ovalado, sino esférico. Joder, ¿de dónde había salido ese huevo?
En ese momento llegó Ainhoa, la cuidadora de Roxana, y cuando Lola se volvió para darle instrucciones, se topó con la mirada culpable de Manu y con la prisa en las palabras de su marido.
—Lola, son y veinte ya, no llegamos.
Se tomó el café de un sorbo y aplazó de inmediato todas las pesquisas. Pero antes de salir se volvió una vez más al frigorífico, llevada por algún presentimiento, y le hizo una foto con el móvil a aquel huevo tan desconcertante. Después lo tiró de cualquier manera en la bolsa de basura que ya llevaba Esteban atada en su mano. Ya tendría tiempo más adelante de averiguar algo; ahora llegaban tarde, como todos los días.
2.
Al parar en un semáforo le alcanzó la convicción de que solo había podido ser Manu. Ese pequeñajo todavía no sabía mentir. Se volvió al asiento trasero y, mientras alargaba la mano para ajustarle el cinturón de su sillita, decidió probar suerte.
—Bien, ya no está papi. Ahora me vas a contar lo del huevo.
—¿Qué huevo?
—Ese huevo, Manu. El que has roto y has vuelto a colocar en la huevera.
—¡Yo no lo he roto!
Esto ya lo había escuchado demasiadas veces en su despacho, en boca de mentirosos mucho más aventajados que aquel imputado de cuatro añitos. Cuando se niega solo una parte, en realidad se está confesando todo lo demás. Poco más tardó Manu en reconocer que había sido él quién había abierto el frigorífico para coger un poco de chocolate a escondidas y que, en su esfuerzo por alcanzarlo, alguna que otra cosa había cambiado de sitio.
—¡Pero yo lo dejé todo como estaba! ¡Y ese huevo no estaba roto!
El claxon del coche que esperaba detrás vino a interrumpir la confesión, pero aún quedaban varios cruces para llegar a la guardería, paradas que Lola pudo aprovechar para averiguar que Manu había encontrado el huevo en un blíster de mangos, que había pensado que lo había tirado él (por supuesto, sin querer) y que lo había colocado de nuevo en la huevera tratando de eliminar cualquier rastro de su travesura. Esta era su mejor versión de la historia, y una madre sabe cuando un hijo no miente. Así que el jodido huevo había venido entre los mangos… Eso no podía ser. Y, sin embargo, no había otra explicación.
Así se lo confirmó su compañera Maribel cuando se lo contó, un par de horas más tarde. Revisaron por completo el ticket de compra del supermercado para descartar cualquier otra posibilidad. Ese huevo tenía que haber venido, no se sabía cómo ni porqué, con la bandeja de mangos. En el ticket venía especificada la marca, y google les confirmó poco después que esos mangos, y muy posiblemente también el huevo, procedían de Brasil.
—Enséñame otra vez esa foto, Lola.
Paco, jefe de sección, se unió pronto a las pesquisas. Había trabajo aquel día, bastante en realidad, pero aquel sencillo misterio bien merecía una charla junto a la cafetera y unas cuantas búsquedas por internet. Al cabo de una hora todo el despacho había visto la foto del huevo. Hasta el mensajero que, tras entregar sus paquetes y echarle un ojo a aquello que con tanto interés miraba la secretaria en su móvil, dejó bastante claro que aquel huevo no era de ave, sino de un reptil. Una opinión que, expresada por alguien cuya experiencia en biología se reducía a haberle comprado una iguana a su novieta, no parecía tener mucho peso, pero google vino pronto a darle la razón.
Un reptil. Lola tardó solo un instante en subirse al coche para volver a casa.
3.
Alguien tenía un amigo que era perito judicial y este, a su vez, conocía a un experto que había colaborado en un juicio y trabajaba en un zoológico. Lola estaba en un semáforo cuando le sonó el teléfono.
—Dime, Paco.
—Ya han identificado el huevo. Según este hombre que te dije es un huevo de mamba negra y, por lo que ha visto en la foto, dice que nadie lo ha roto. No te alarmes, chica, pero este tipo dice que ha eclosionado.
Lola no tuvo ninguna dificultad en alarmarse, ni existía ya semáforo que la pudiera detener. Esteban iba también de camino, así como los bomberos, la guardia civil y hasta un equipo de control de plagas especializada en animales exóticos que habían conseguido localizar desde su oficina. Pero esa maldita atolondrada de Ainhoa seguía comunicando y ni tan siquiera se dignaba a atender las llamadas al fijo. Y tenían que salir de allí a escape, porque Lola era bien consciente de que la mordedura de ese bicho asqueroso es mortal de necesidad.
Cuando finalmente llegó tuvo que abrirse paso entre los curiosos. La casa estaba acordonada y Ainhoa y su hija la miraban desde el asiento de un camión de bomberos, asustadas y con cara de no saber qué estaba pasando. Blacky salió corriendo a su encuentro. Esteban se unió pronto a ellos en un desesperado abrazo. Estaban a salvo.
Unos hombres estaban sellando las ventanas y la puerta con cortinas de plástico, los bomberos habían destapado hasta las alcantarillas. Dos hombres más, vestidos de pies a cabeza con monos de plástico, entraban en ese momento a la vivienda pertrechados con aparatos y largos palos. Las horas pasaron interminables. Por mucho que estuvieran todos a salvo, su casa se había convertido en una trampa mortal, con todas sus pertenencias dentro.
4.
Cuatro días más tarde, dos oficiales de bomberos y un especialista de la empresa de desinfección fueron a informarles a casa de su madre. La serpiente no había aparecido. Puede que se hubiera ido o incluso que nunca hubiera estado allí. La casa ya era segura: no existía ser viviente capaz de resistir los gases tóxicos con los que habían sustituido el oxígeno por un espacio de cuarenta y ocho horas. Los dos días siguientes habían estado ventilando y buscando hasta el menor rastro.
Según les dijeron, en la investigación habían podido encontrar restos del contenido del huevo en el suelo, y también en la pared justo detrás del frigorífico, lo que daba a entender que el reptil había eclosionado y había escapado del frigorífico en una de las muchas ocasiones en que alguien había abierto la puerta. Pero no habían podido encontrar más indicios. Su teoría más probable es que se hubiera colado por algún sumidero para escapar por la red de alcantarillado; por lo que sabían, en ese momento podría estar en cualquier parte.
Se había avisado a todo el vecindario y se habían repartido instrucciones para reconocer al animal, con la recomendación expresa de huir al menor indicio: pese a ser tan inmadura, recién eclosionada, sus mecanismos de defensa estaban completamente operativos, los colmillos desarrollados y el veneno tenía pleno poder destructivo. La mordedura conducía a una muerte inevitable en muy pocos minutos. Ya se habían atendido varias llamadas con falsas alarmas: siendo tan pequeña, poco más larga que la palma de una mano, resultaba muy fácil confundirla con cualquier lagartija o con una inofensiva culebra de agua.
Nada de esto les tranquilizó en lo más mínimo. Pese a lo incómodo de la situación, siguieron viviendo en casa de su madre un par de semanas más, hasta que finalmente reunieron valor para volver a su casa y tratar de recuperar sus vidas.
5.
La mañana era fría y la casa estaba húmeda e inhóspita. Todo estaba revuelto: habían estado buscando a conciencia. Decidieron dejar a los niños unos días más con su abuela para poder poner orden en aquel inmenso desbarajuste. Probaron bien las instalaciones, no sin sentir miedo a cada paso. Pusieron en marcha los radiadores y se dedicaron a colocar, organizar y limpiar a conciencia. El primer día volvieron a dormir a casa de su madre, pero al segundo ya habían organizado su dormitorio, la cocina y los baños, y reunieron coraje suficiente para quedarse a dormir. Era un paso necesario, inevitable en realidad, si pretendían volver a una cierta normalidad.
La imaginación de Lola solía prestarle durante aquellos días a sus pesadillas imágenes espeluznantes de un animal al que, en realidad, nunca había visto. La veía colgar amenazadora de una lámpara, y la veía asomarse inquietante por una rendija en el suelo. Aquella noche sus visiones fueron más intensas y terribles que nunca, hasta que despertó bañada en sudor. Esteban la abrazó y trató de tranquilizarla. Él se volvió a dormir enseguida, pero Lola ya no podía conciliar el sueño, o tal vez no quería. Le horrorizaba volver a enfrentarse a sus propios miedos. Pero tenía que obligarse a ser fuerte, tenía que superar todo aquello y tenía que dejar atrás el miedo y la amargura.
El silencio en la noche se hizo entonces tan intenso que podía escuchar su voz interior. La oscuridad casi se podía palpar. Esteban se revolvió inquieto, quebrando aquella tensa paz con el fragor del roce de las sábanas. Lola se quedo mirando su silueta borrosa, mientras se maldecía a si misma por haberse sobresaltado, cuando volvió a percibir ese sonido sibilante, casi imperceptible. Pero Esteban esta vez no se había movido.
Se quedó completamente paralizada, sin hacer el menor ruido, para poder concentrar al máximo sus sentidos. Podía sentir la adrenalina fluyendo por sus venas. Permaneció así varios minutos hasta que aquel leve rumor volvió a sonar. Era como si algo rozara en la pared, o puede que dentro de ella, o puede que en realidad solo estuviera en su imaginación, como todas aquellas imágenes imposibles.
Sintió el impulso de despertar a Esteban pero, al pronto, desistió. Solo se trataba de un ruidito casi imperceptible. Podía ser de algún insecto, puede que una cucaracha, como aquella vez que salió una de los rejillas del aire acondicionado o un asqueroso ratón. No quería parecer ridícula, ni mucho menos histérica. Les había costado mucho decidirse a volver y no era cuestión ahora de dar ni un solo paso atrás.
Pero al poco volvió a sonar, durante más tiempo, más fuerte, y más cerca. Era indudable que había algo dentro de la pared, algo que se movía y hacía ruido. Lola encendió la luz, reunió valor y pegó su oído la pared, no sin antes asegurarse de que no hubiera cerca ningún agujero de taladro o la más mínima rendija. Esteban se revolvió quejoso y abrió los ojos, pero ella colocó un dedo sobre sus labios. Él comprendió al instante y se puso a auscultar la pared igualmente. Así estuvieron unos minutos, mirándose uno al otro sin hablar siquiera, hasta que de nuevo sonó ese misterioso y temido roce.
Ya no tuvieron ninguna duda: la muerte se arrastraba silenciosamente por el interior de las paredes. Se apartaron de la pared de forma instintiva, saltaron de la cama y se quedaron abrazados en el centro de la habitación. Resistiendo al primer impulso de salir corriendo de allí, la prisa o la necesidad les aconsejó armarse, con una escoba él, ella con un viejo paraguas.
Así estuvieron unos minutos. Ante las dudas de Lola, Esteban le explicó que esas paredes estaban hechas con placas de pladur, una a cada lado de la pared, y que su interior estaba vacío o, como mucho, contenía un material aislante pero, incluso en este caso, en el interior de la pared había gran cantidad de perfiles metálicos, tubos por donde pasaban los cables y tuberías de agua, y que todo esto dejaba una infinidad de huecos por los que podría moverse un insecto o, como más temían, un pequeño, sigiloso y mortífero reptil. Se miraron y decidieron sin hablar siquiera que no merecía la pena quedarse allí ni un solo minuto más.
6.
Algunos días más tarde la serpiente seguía sin aparecer, y los expertos habían vuelto a registrar cada rincón de la casa, de nuevo sin resultado. Esteban quería volver pero Lola prefería vender la casa, y los argumentos de uno y otro se volvían cada vez menos razonables, hasta que uno de ellos pesó más que el resto: no estaban dispuestos a vivir eternamente con miedo. Tres semanas más tarde tenían fecha ya en notaría y concertaron cita con una empresa de mudanzas.
Lola no sintió ningún remordimiento mientras contemplaba aquel pequeño caos de cajas, bolsas, muebles desmontados o el continuo trajín de operarios que desmontaban poco a poco una parte importante de su historia. Trato de concentrarse en el nuevo principio para olvidarse de aquel estúpido final. Recorrió las habitaciones vacías mientras algo en su interior le impedía acercarse siquiera a las paredes. Sabía que ya no estaba, que quizás nunca hubiera estado y, sin embargo, la presentía en cada ruido, tras cada agujero de taladro abandonado por su cuadro, bajo cualquiera de aquellas grandes cajas de cartón.
Había desistido de una batalla que nunca quiso disputar, una batalla en la que no tenía nada que ganar, y sí todo por perder. Fue entonces cuando la vio.
Una línea negra y sinuosa, apenas perceptible, que antes no estaba, o sí, y desaparece de inmediato bajo los muebles de la cocina. Gritos. Carreras. Esteban. Puertas. Sol. Lágrimas. Frio. Y una pequeña muerte.
—Tranquila, mi amor. Tranquila. Ya pasó todo. Solo era una rata.
Odio. Por la casa, por todo. Hasta por esa odiosa rata.
—Ahora van a poner trampas, o algún veneno. O algo. No te preocupes, era solo eso, una rata.
—Pero yo vi…
—Viste la cola de esa jodida rata, Lola. Solo eso. Ahora, mejor nos vamos. ¿Sí? Ya se encargan de todo.
—Mejor, si, Esteban. Vámonos de aquí.
Pero cuando ya está a punto de subir al coche, Lola se vuelve. Ha olvidado el bolso, o eso dice, y se vuelve. Quiere verla. Tiene que hacerlo. Tiene que estar segura.
Cuando se asoma por fin a la cocina la mitad de los muebles ya están desmontados. Suena un taladro. Un operario trata de detenerla, pero Esteban la sigue y dice: «Déjela pasar, está bien».
La rata yace sobre el suelo, en un último esfuerzo por desagradar. Podría ser esa cola, negra, inmóvil ya. Podría ser lo que ella vio. Tenía que serlo. Ojalá lo fuera. De pronto, unas voces.
—Joder. ¡Joder! Pero ¿Qué coño es…?
Lola se vuelve hacia donde el operario acaba de dejar caer un mueble. Esteban, tras ella, la sujeta por los hombros, pero nada la puede contener. Ya no quiere volver a tener miedo. Se acerca. Se asoma y entonces la ve, ahora si, inerte, medio devorada, apenas un trocito de muerte, tan frágil e inofensiva, con la cabeza casi arrancada, un despreciable pingajo de tripa y sangre, sangre roja, tan roja como la que acaba de ver en las fauces de la rata muerta.
En la asquerosa boca de su sucia, repugnante, odiosa y heroica salvadora, la rata.

8 Comentarios

  1. Impresionante cómo describes el miedo, el asco que siente Lola en diversos momentos de la trama y la sucesión de falsos hallazgos de la serpiente a lo largo del relato. El manejo que tienes del lenguaje escrito es digno de alabanza. Me ha encantado la parte final donde se ve que el roedor deja de ser repugnante para pasar a convertirse en el héroe de la historia.

    Felicidades por tan buena aportación.

    Saludos

    Marcos

    Me gusta

  2. Un relato inquietante y un final vomitivo al pensar en la imagen de la rata. Madre mía la que se lía al eclosionar el dichoso huevo. Una excelente aportación al VadeReto. Un abrazo

    Me gusta

  3. Un relato magnifico, porque el mounstruo en realidad no esta presente, sino que da miedo por la amenza potencial…. recuerdo que una vez complamos platanos…. un racimo, y venia una araña gigantesca….. no podia yo caminar por la casa pensando en que me iba a caer desde cualquier lado la araña, y asi es con la BLACK MAMBA…. imaginate una perdida en la casa andando entre las paredes…. da miedo… un miedo que esta en nuestras mentes.

    reitero… magnifico en todo sentido

    Me gusta

  4. Hola Isra, el ambiente doméstico al que no somos ajenos, hace que dé más miedo. Una cosa así pone de patas arriba toda la vida. Muy bien lograda la tensión y con un final excelente. La rata al final es la salvadora. Genial. Saludos.

    Me gusta

  5. Hola, Isra.

    En primer lugar, tengo que sacarte tarjeta amarilla, porque ¿animal doméstico? Sí, ya sé que hay por ahí mucho majarón que tiene serpientes, tarántulas, escorpiones y hasta polític… bichos mu peligrosos. Si un amigo mío tiene alguna de estas mascotas, no consigue que vaya a su casa ni con jamón de 18 jotas. Pero, bueno, ¿no se estableció que el pulpo también era animal de compañía? 😝😂 Además, el relato es magnífico y no seré yo el que le ponga pegas. 👌🏼👍🏼

    La historia es de por sí mucho más terrorífica por la posible realidad que narra. En ciertos ambientes es muy fácil encontrarse con cualquiera de las dos especies que protagonizan el cuento. Incluso, esa posibilidad que presentas del huevo incubado es terroríficamente posible. Anda que no voy yo a revisar ahora veinte veces los que compre.

    El final es de una genialidad bárbara. Otro de los animales que más miedo y asco nos da es el héroe de la historia. ¡Maravilloso!

    Profundizando un poquito más, podría decir que el relato nos presenta dos terrores auténticos que se nos puede presentar en la vida: Por un lado, la desestabilización de la familia. Una vida tranquila y placentera, se ve alterada por un problema externo y ya, estoy seguro, nada será igual. Por otro, la seguridad que creemos tener en nuestras indemnes ciudades se puede ver alterada por la naturaleza salvaje que, de alguna forma, recupera su territorio.

    Además, haces un énfasis muy acertado en el miedo a lo que no se ve, pero creemos percibir. A veces, puede ser real, otras, puede ser imaginado. Pero das constancia de cómo el miedo puede controlar y cambiar nuestras vidas.

    Me ha encantado el relato, su narrativa cronológica, el ritmo que parece ir subiendo gradualmente y, por supuesto, ese magnífico giro final.

    Muchas gracias por el regalo para el VadeReto.

    Abrazo grande.

    Me gusta

  6. Hola Isra.

    Me has tenido sin respirar hasta el final. ¡Qué asco! Pensar que una asquerosa rata, que me repugnan tanto, los ha salvado de la temible mamba negra, ¡no sé qué es peor! Bueno sí sé que la mamba es mortal, pero ¡no sé qué es peor!

    Esta noche no duermo. Y va a ser por tu culpa. Un abrazo con todas las luces de casa encendidas.

    Marlen

    PD: Otro día te cuento que me ha parecido un excelente relato. Ahora no puedo, tengo que revisar mi casa.

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario