Cuando tu madre se dedica a coser te crías rodeado de hilos.


Como en mis tiempos no había guarderías ni canguros, o por lo menos no las había para los hijos de los obreros, aprendí a hablar y a conocer el mundo dentro de casa. Y en mi casa se cosían las hermosas apariencias que traían las vecinas recortadas de las revistas.

Mi vocabulario creció con las palabras habituales, empezando por los papá y mamá que todos balbuceamos para hacerle el rodaje a las cuerdas vocales y terminando con las cada vez más coloridas palabrotas que iba recogiendo en mi atrevida exploración del vecindario. Pero además se me incrustaron por el camino palabras evocadoras como sisa, hilván, corchete, ojal, dobladillo o pespunte.

Más tarde, con esa edad en la que todavía te quedan bien los pantalones cortos, eran frecuentes mis visitas a las mercerías, donde recuerdo que mi querido Manolo siempre me recibía diciendo que ya había llegado el sastre, y yo, atolondrado recadero cargado de vergüenzas, le pedía la cremallera, el botón o la bobina que me habían encargado ese día, contrariado ante la mirada burlona de alguna que otra parroquiana. Señoras, ya pueden estar tranquilas que no me he amariconado de tanto andar entre encajes y tiras bordadas.

Porque hilos, tijeras y agujas, retales e imperdibles eran mi paisaje doméstico. Y el cotidiano trajín de aquellas benditas manos que me fueron cosiendo el futuro puntada a puntada, fuera por llenar la magefesa o por mandarme vestido a la escuela.

Nunca he echado de menos aquellos hilos porque siempre han estado presentes, en cada rincón, en todos los rotos y también en los descosidos de esta vida que llevo con tanto fleco y tanta hebra suelta.

Y ahora que me ha dado por malescribir agradezco mucho haber tenido estos principios, pues no olvido lo bien aprendido: montar patrones, tejer historias, enhebrar ideas, coser palabras y sobre todo ese afanoso montar y desmontar, ese ingrato tejer y después deshacer por un punto mal dado o por un largo que no encaja.

Coser es la esencia de esta labor de escribir, porque ¿no es la propia vida un intrincado tapiz donde las hebras por si solas no valen nada, pero el tiempo se encarga de tejerlas para formar las historias mas maravillosas?

Yo así lo creo, y como muestra os dejo estas ideas, recién cosidas, puestas en prueba y sin quitarles siquiera los hilvanes.

18 Comentarios

  1. Bonita forma de enhebrar tu historia pueril con la de hoy. Yo también viví así mi primeros años de mi vida porque me madre era maestra de corte y confección y tenía un grupo de muchachas que venían a casa a aprender lo que ella sabía y que la vida no le dio tiempo de enseñarme. Me has hecho recordar a mi madre, en la gran tarima, en esa enorme mesa, marcando con la tiza blanca, las telas haciendo patrones que luego las muchachas se dedicaban a coser y que mamá me dejaba observar cómo lo hacían y de todo lo que hablaban, de sus novios, de sus peinados, de esa película que no les dejaban ver, … hasta que mamá me mandaba con la abuela para que no escuchara cosas que una niña de cuatro años no debía de escuchar. Gracias por hacerme recordar a mi madre y hasta recordar el olor de esa tiza y el tamaño de esas grandes tijeras que eran «intocables». ¡Sé feliz!

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    1. Hoy que vamos a lo fácil y lo compramos todo hecho es bueno recordar que cada cosa tiene su pequeña historia, que hay manos que cosen y tejen para ti, y hay personas como tú que viven entre hilos.

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  2. Y algo de eso me debe de suceder también a mí. Tejido, texto… suena tan parecido, ¿no? Si habré visto horas de costura, bordado, zurcido, tejido y, por qué no, planchado (cosa que aprendí a hacer) de mi abuela, mis tías abuelas, mi madre, y tantas vecinas del viejo barrio…

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