Cucarachas.


Hay algo de salvaje en las historias de fantasía. Pienso en esos pobres orcos, trolls, goblins y similares, criaturas malignas que hay que matar porque si, sin más motivo ni razón, como a las cucarachas.

A veces estos seres no tienen ni siquiera nombre propio, ¿para qué? ¿Para que parezcan más «humanos» y entonces de lastimita leer como los masacran sin piedad?

Piedad, vaya, la virtud perdida del héroe. Piedad, ¿con esas bestias inmundas? ¿Con ese orco asqueroso… al que esperan en su humilde gruta sus alegres orquitos, con trenzas ella, con sus colmillos de leche él, deseando enseñarle las notas porque ha sacado un Notable en perversión II?

El héroe, hombre de principios, baluarte de la bondad… excepto con los seres masacrables, claro, porque sin esa deshonrosa excepción a la virtud no duraría ni diez páginas sin parecer un asqueroso genocida. El héroe, paradigma de la equidad, la cima del bien, un ser que se eleva sobre los demás mortales subido a la horrible montaña de criaturas que mató durante sus correrías.

No es una cuestión solo de maniqueísmo, sino de falta de talento creativo. Usar especies completas con el único propósito de tener un manantial inagotable de sangre y casquería solo demuestra la incapacidad para crear personajes reales, completos, con virtudes y defectos, con conflictos internos. Personajes creíbles. Lo fácil es tener un buen suministro de carnaza para cebar al lector, eso sí, bien trituradita para que no se de cuenta de que se va a comer un filete que tiene ojos.

El día que Greenpeace admita a los seres malignos como especies protegidas veremos a sus zodiac rondando por las editoriales y a sus activistas rociando con pintura en spray la sección de libros de fantasía de los grandes almacenes, cuál si se tratara de abrigos de piel de foca.

He leído sobre la parte perversa de algunos héroes pero nunca, jamas, sobre la redención de un troll o la conversión de un orco. Nunca nadie les dio la oportunidad de ser mejores, de hecho apenas les dan la ocasión de ser porque suelen durar un máximo de cuatro líneas desde que se les presenta en escena hasta que se les traspasa con una espada. Y lo curioso es que hasta la mierda de la espada tiene su nombre, y el pobre orco no.

Que injusto es todo esto. Y que fácil trasladarlo a la vida real, donde ignoramos a tantas criaturas, a las que negamos el nombre y las hacemos invisibles porque solo así podemos seguir pensando de nosotros mismos que somos buenas personas. ¡Cuántos secundarios dejamos de ver en los informativos! ¡A cuantas personas, por cometer un acto vil, les negamos la posibilidad de ser otras cosas, de redimirse, de cambiar, o de luchar por intentarlo!

Crear no solo es imaginar un héroe y un villano: los secundarios tienen su corazoncito.

En la fantasía, y en la realidad.

8 Comentarios

  1. Verdad, verdadera, por eso siempre hay que «mirar» o «ver» dos veces. Te recomiendo dos opciones donde los secundarios no son tan secundarios y los monstruos no son tan monstruos:
    – Mundialmente conocido: Juego de Tronos.
    -No tan conocido (de momento): Las Crónicas del Otro Mundo. Aquí dudaras en quién es más humano.

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    1. Juego de Tronos lo deje en el tercer o cuarto libro por incumplimiento de contrato: me canse de que me atrapara con personajes y tramas que luego destruía a su antojo (o por los designios de la productora). Ese tío no juega limpio. Dicho esto, podéis correrme a collejas.😂😂
      A esas Crónicas les daré su oportunidad.

      Y ahora me explico: soy el más positivo del mundo con quienes viven para escribir, pero soy implacable con quien viven de escribir. Contribuir da derecho a exigir.
      Un abrazo!!!

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