Atrapado.


Eran sólo las tres y cuarto cuando entró en el túnel. Encendió las luces y redujo a ochenta, como cada día. Había poco tráfico. Un tipo con barba en un Mercedes blanco le pasó a gran velocidad por el carril izquierdo. Allá él, pensó, por mucho que corra se va a comer el mismo atasco que yo a la salida. A veces ocurría que el carril derecho iba más rápido y alcanzaba a quienes antes le habían adelantado en el túnel.

El carril derecho era más seguro, incluso con camiones delante, y desde luego más tranquilo. Las luces de la pared iban pasando y quedando atrás, y los postes que había cada cien metros desfilaban tras la ventanilla, uno tras otro. Veinticuatro. Algunas veces se entretenía en contarlos. Cada poste significaba cien metros más cerca de casa. Pronto vería la luz al final y, más allá, la curva, el puente, el cruce y después de otros quinientos metros, hora de comer.

De pronto vio encenderse las luces de freno del coche que le precedía y su pié derecho reaccionó obediente pisando el pedal: Redujo la velocidad mientras trataba de ver que pasaba. Nada de importancia. Un coche parado en el arcén derecho. Capó abierto, un hombre con chaleco hablando por teléfono… ¡Mal sitio para una avería! – pensó. Señalizó con los intermitentes, giró levemente a la izquierda para separarse lo más posible del arcén y tras rebasar al utilitario vehículo, siguió adelante.

Más luces, más postes, más anillos de hormigón deslizándose con velocidad sobre su cabeza… hoy el túnel se le estaba haciendo interminable. Tal vez por las ganas de volver a casa y darle el regalo a Esther. Tal vez por lo monótono y oscuro del paisaje. Pensó incluso que iba más despacio, pero no, iba a ochenta, como siempre.

Sería que se conocía aquel túnel de memoria y el aburrimiento lo estiraba y lo hacía interminable, como el viaje de una nave atrapada en un agujero negro. Había leído algo sobre aquello. El tiempo se detenía. Mientras en la nave transcurría un año, fuera de aquel entorno había pasado treinta, ¿o eran trescientos? Daba igual, era una eternidad, pero ¿como percibirían el paso del tiempo dentro de la nave…?

Vaya, otra vez frenando. Volvió a reducir e instintivamente trato de averiguar si había peligro. Nada. Otro coche averiado. ¡Que casualidad! Eso no solía ocurrir, la gente sabía el peligro que tiene detenerse dentro de un túnel, y muchos seguramente preferirían dejar rodar el coche con una rueda pinchada o el motor parado antes que pararse en el paraíso de la claustrofobia. El no tenía ese problema. Al contrario, le gustaría poder caminar por allí dentro y contemplar de cerca el túnel, su estructura, ver las gotas de agua filtradas por las juntas, sentir el olor a gasoil, el eco del ruido de los motores… ¡Menudo estruendo el día aquel que le pasó una Harley!

Parece que esto no va acabar nunca, pensó extrañado. Comprobó que seguía a ochenta, el flujo constante de luces y postes, los coches circulando delante de él, alguno que le pasaba por el carril izquierdo… pero no veía la luz al final. Algo pasaba. Aquello era extraño. Seguramente se habría despistado o perdido en divagaciones y eso le había hecho perder el sentido del tiempo. Trató de concentrarse, de prestar atención a los detalles. Otro frenazo… ¿Es que había otro coche averiado más?.

¿Otro?

¡Era el mismo coche! ¡Si! ¡Lo recordaba perfectamente! Color azul oscuro, luces de avería, capó delantero abierto y el mismo hombre con el chaleco reflectante colgado a su móvil. ¡No era posible! ¡Había pasado tres veces por el mismo lugar!

Se quedó totalmente paralizado. De repente aquel túnel que le era tan familiar se había convertido en un lugar siniestro, una trampa de la que no podía salir. No era posible, no, no, ¡no! ¡Eso no podía ser! ¡Estaba en contra de todas las leyes de la física! Tenia que hacer algo. ¿Parar? No, el coche de atrás iba demasiado pegado y podía provocar un accidente. ¿Cambiar de carril? Si, tal vez así vería mejor la carretera sin tener tantos coches delante. Pendiente del espejo retrovisor, esperó unos instantes a que se abriera un hueco, pues los coches le rebasaban a más velocidad.

Al fin encontró una oportunidad, por el espejo vio las luces de un coche acercándose pero suficientemente lejos como para permitirle hacer la maniobra. Más cuando ya iba a incorporarse al carril, una última mirada al espejo le mostró aquellos faros demasiado próximos. El coche venía a gran velocidad y no había hecho ningún caso de su intermitente izquierdo. Lo había hecho a posta, seguro, para no dejarle cambiar de carril. Esperó, y miro al conductor.

Era el tipo de las barbas montado en el mercedes blanco.

Si, era el mismo, pero no era igual. Tenía la misma expresión de miedo que él. Le consumía la misma angustia, tenía el mismo terror en su mirada por saberse atrapado en un túnel sin fin. Le hizo señales pero el hombre siguió adelante, como tratando de correr más y más para salir cuanto antes de aquella trampa.

Tenía que pedir ayuda. Cogió su móvil y, como bien sabía, no tenía cobertura. Pese a todo intentó llamar a casa. Sin resultado. Y entonces decidió parar.

Fue reduciendo de velocidad poco a poco, señalizando y avisando con el brazo por fuera de la ventanilla, hasta que consiguió detenerse en el arcén. Bajo del coche con mucho cuidado y se colocó delante de él, donde las luces podía iluminarle.

Era la primera vez que veía el túnel de cerca, pero no percibió nada extraño, ni en el asfalto, ni en la enorme estructura de aquel cilindro, ni tampoco en los coches que no paraban de pasar. No veía ninguno de los dos extremos. Solo veía el túnel, como si no existiera salida o no hubiera habido nunca un mundo exterior.

Permaneció allí unos minutos, hundido en la desesperación, sin saber si ponerse a caminar en alguna de las dos direcciones o limitarse a esperar allí sentado a que terminara esa pesadilla. Y empezó a fijarse en los coches. Pasaban vehículos de todo tipo: coches, furgonetas, algunos camiones e incluso un autobús de linea. Y al cabo de un rato el peor de sus temores se confirmó al ver pasar de nuevo al autobús. Pronto reconoció a más vehículos que pasaban una y otra vez ante él en una rutina inevitable.

Todos estaban atrapados en el túnel.

 

 

 

 

4 Comentarios

  1. Voto por la opción «O no».
    Para las localizaciones de la versión cinematográfica, te sugiero un par de vueltas por la M-30 de Madrid en día laborable a eso de las 9:00 am: Es «The Twilight Zone», La Dimensión Desconocida. Na-na-na-na-na-na, Na-na-na-na!

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  2. Tan solo he pensado en una idea y me he puesto a escribir sobre ella. No hay porqués, no hay continuación, no tengo pensada una salida para la situación ni por supuesto un final. Solo hay lo que has leído. Nada más.
    Ahora se plantea un problema, hay que buscar una solución; ya he pervertido toda la lógica y ahora hay que devolver esta historia al mundo de lo razonable, encontrar una explicación y una salida a este túnel. O no.
    Es un juego, un acertijo si quieres. Piensa un poco… ¿cómo salimos de esta?
    No podemos dejar a toda esa gente ahí atrapada, ¿verdad?

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