5. A orillas del Ansvaal.


El sol atravesó el estrecho cielo del desfiladero.

Kjartan vió como las sombras ascendían por la pared escarpada. Pronto llegaría la fría noche de las profundidades. No quería acampar alli, pues conocía un pequeño remanso más adelante donde podría descansar y encender una hoguera.

-Vamos, Shanka, solo un poco más. Yo también estoy deseando sentarme junto al fuego.

Esperaba encontrar cáñamo y bambú río arriba para terminar las cestas y alforjas que solía vender en Arkd’ur. Podría comprar paño de algodón, herramientas y alimentos. Siguió cojeando por la estrecha ribera sinuosa hasta que, tras sortear un recodo, descubrió el cuerpo de una joven tendido en la orilla.

La larga trenza le confirmó que se trataba de una djarn; su piel cobriza, que habría sido raptada de su tribu por esas arpías. La marca en su brazo que se había convertido en una de ellas.

Tal vez no estaba muerta.

Se acercó con cautela blandiendo la afilada guadaña con la que segaba los troncos jóvenes. Estaba boca abajo, tal vez desmayada, pero respiraba aún. La zarandeó con el pié, al tiempo que le gritaba ¡No te muevas! ¡No intentes nada o te abro en canal!

No hubo respuesta. Desconfiando aún, rodeó el cuerpo para poder verle el rostro. Su cara estaba hinchada y magullada, como el resto de su cuerpo, sucio y cubierto de arañazos y coágulos resecos de sangre. El rastro en la arena de la orilla delataba que había llegado arrastrándose hasta el lugar donde había caído extenuada. Le colocó la punta de la guadaña en la yugular y volvió a empujarla, más ella permaneció inmóvil.

Kjartan cogió de las alforjas de la mula unas hebras de cáñamo con las que le ató fuertemente las manos a la espalda. Mejor así. Se agachó junto a ella y consiguió darle la vuelta. La joven gimió de dolor y solo entonces Kjartan reparó en la extraña postura de su pierna izquierda. Rota a mitad del muslo. ¡Bienvenida a la hermandad! – pensó para sí.

Le arrojó agua fría al rostro para reanimarla. Duna se estremeció, abrió un poco los ojos y al ver aquella figura amenazadora de barbas enmarañadas empezó a forcejear.

-Vaya, vaya… Apuesto a que querrías matarme, ¿verdad? Pero dime, djarn, ¿cómo podrías hacerlo con las manos atadas y esa pierna rota?

-Maldito seas, bastardo. ¡Suéltame las manos y verás! – gritó, y le lanzo un escupitajo.

-Ya, ya, el rito, los juramentos… conozco todas esas patrañas. Pero, ¿qué voy a hacer contigo? Sois como las víboras, si no las matas, te muerden. Si, tal vez debería matarte. El río trae a veces cuerpos como el tuyo. Uno más no haría mucha diferencia.

-Un río, ¡en el fondo de Kjwan’sib! Es tan extraño…

-Es el Ansvaal, o el río Blanco, como lo llaman aguas abajo. Pero tú, ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Te han arrojado esas arpías por el desfiladero? ¿O acaso es que las djarn ya han descubierto que hay agua aquí abajo y te has despeñado por venir a beber unos sorbos?

La caída. Duna recordó entonces aquello instantes agónicos en el vacío, el duro impacto con un saliente, la mordedura de las rocas al resbalar tratando de aferrarse a las anfractuosidades de la empinada ladera, el último salto al vacío y, al final, el agua.

Recordó con angustia cómo se golpeó con el fondo rocoso y cómo buscó por instinto la superficie. Revivió el pánico, la desesperación, el forcejeo inútil mientras la corriente la arrastraba y anegaba sus pulmones y cuando ya iba a abandonarse rendida al ímpetu del río, la inesperada presencia de la arena bajo su cuerpo, su mano haciendo presa en unos juncos y la orilla salvadora.

Y también recordó la traicion. La estratagema que ahora entendía con toda claridad. La obligó a retroceder por el tronco hasta llegar al lugar que antes habían untado con grasa de algún animal para hacerla resbalar y caer. Nunca podría olvidar la última mirada triunfante de la djarn’fah mientras sus manos trataban inútilmente de agarrarse a la vida.

-Eso a tí no te importa. Suéltame de una vez, o mátame. No te temo, ni le temo a la muerte.

-Haces mal. En fin, digamos que te has caído por asomarte más de la cuenta. Eso da igual ahora. Pero ocurre que estás aquí, y que los dioses han querido que estés viva. Muy pocos pueden decir lo mismo. Nadie, que yo recuerde. Estoy pensando…

Kjartan se dirigió de nuevo a la mula y trajo un rollo de dura cuerda de cáñamo y unas finas cañas de bambú.

-¿Qué vas a hacer con eso? Puedes atarme como quieras, pero ¡te juro que me soltaré! Y después, te mataré.

-¡Calla de una vez! ¡Solo sabes hablar de muerte! Matar, morir… Son actos irreversibles. Por mucho que te hayan enseñado las malditas djarn, jamás podrás devolver una vida. Y ahora vamos a enderezar esa pierna.

Al terminar de decir eso cogió a Duna por las axilas y la arrastró hacia una rocas a pesar de su fiera resistencia.

-Así estará bien. Ahora tienes que ayudar o esto no resultará.

-¿Por qué tendría que ayudarte, bastardo?

-Porque no quiero que termines como yo – respondió con suavidad, y entonces se subió su jubón y le mostró la pierna izquierda, amputada por debajo de la rodilla. El muñón se apoyaba en una tosca extremidad de madera fabricada por él mismo que se ataba firmemente con correas de cáñamo.

-¿Como fué…?

-La perdí. Es que soy muy descuidado, jeje. Esto va a doler, muerde con fuerza. – Y le colocó un palo entre los dientes.

Duna escupió el palo mientras le miraba con dureza.

-Puedo aguantar el dolor. Haz lo que tengas que hacer.

Kjartan se agachó delante de ella, palpó con cuidado buscando la fractura y cuando intuyó la posición del hueso tiró con todas sus fuerzas del pié, girándole a la vez con precisión la pierna fláccida y maltrecha. El dolor fué desgarrador.

-Ya está. Creo que… – dejó de hablar al darse cuenta de que la joven había perdido el conocimiento. No había dejado escapar ni un gemido.

Después de inmovilizarle la pierna con las cañas de bambú atadas firmemente, cargó como pudo con ella y la tumbó boca abajo sobre la mula.

-Vamos, Shanka, tenemos que volver a casa.

La luna salió y se puso.

Duna despertó en un lecho de paja, limpia y cubierta por una manta. Buscó de nuevo las respuestas en su cuerpo. Sus muñecas le dijeron que seguía atada, su pierna le habló del dolor de su fractura, su frente perlada de sudor la avisó de la fiebre, y su garganta le pidió desesperadamente un poco de agua.

Shanka, a su lado, bufó como si quisiera llamar a su amo para que viniera al establo.

La luna menguó, desapareció y ya empezaba a crecer de nuevo.

-La fiebre está bajando. Tienes que tomarte esto.

De nuevo aquella voz, la misma que oia en sueños. Sueños donde también le hablaban la madre Tsun, y Leixa, y las guerreras, pero la voz del hombre era distinta. Era más real, más dolorosa. Más humana.

De alguna manera supo que esa mano le había dado agua y comida, que le había puesto emplastos en las heridas y le había sangrado la pierna para que no estuviera tan hinchada. No sabía cuantos soles llevaba en ese precario establo, ni cómo había llegado allí, ni dónde estaba siquiera.

Pero la asaltó la certeza de un recuerdo oculto en lo más profundo de su memoria. Manos ásperas de una madre sin rostro la acariciaban y le daban de comer, igual que ahora las de aquel hombre extraño, mientras su voz suave la arrullaba cantando.

-Creo que ya ha pasado lo peor. No hay gangrena. Es posible que la salvemos.

Apenas escuchó esas palabras, no eran más que otra voz entre sus sueños. Pero, impostadas por la fiebre, sonaban como aquella canción. Y Duna, después de tantos inviernos, ese día lloró.

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7 Comentarios

  1. Leído y degustado con satisfacción, a pesar de…:

    Párrafo 2º «… Kjartan vió *como las sombras ascendían por la pared escarpada». Lo suyo es «cómo», por lo que te explicado varias veces.

    Párrafo 9º «… *¡Bienvenida a la hermandad! – pensó para sí». «No sabía que se pudiese pensar para otra persona». Mejor así: «¡Bienvenida a la hermandad!, pensó» o incluso sin inciso. Y no, no es porque sea un quisquilloso, sino porque así está estipulado por…

    Párrafo 15º «… Pero tú, *¿Cómo has llegado hasta aquí?…». «¿Mayúscula detrás de coma?»

    Luego sigo tevisando, ahora he de salir.

    Saludos

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    1. *teviso, no, reviso.

      Párrafo 18º «-Eso a tí no te importa. Suéltame de una vez, o mátame.
      No *te temo, ni le temo a la muerte». Mejor así: No le temo a la muerte ni a ti», por ser menos redundante.

      Párrafo 28º “-La perdí. Es que soy muy descuidado, jeje. Esto va a doler, muerde con fuerza. –* Y le colocó un palo entre los dientes”. Mejor así: “… —dijo colocándole un palo entre los dientes”.

      Saludos cordiales

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