1. La gran prueba.


El sol se estaba poniendo.

Su sombra se derramaba sobre el desfiladero de Kjwan’sib, la profunda herida en la planicie. Las guerreras djarn a su alrededor retenían con cadenas a sus fieros dingos, excitados por el olor de su piel embadurnada en sangre de cerdo. Sin más vestidura que la espada en su mano, Duna tensó sus músculos, flexionó las piernas para reducir su estatura y se puso a la defensiva. Mantenía el desfiladero a su espalda mientras giraba sobre sus pies atados y miraba uno tras otro a la jauría de ojos que pretendían acabar con ella.

Podía cortar los grilletes de sus tobillos con dos estocadas certeras. Después, si era lo bastante rápida, deshacerse de un dingo, tal vez dos. Pero sabía que no podría sobrevivir a un ataque simultáneo de todas aquellas fieras entrenadas para matar.

Un largo camino la había llevado hasta aquel instante último y desesperado. Ahora todo dependía de la mano firme de la djarn’fah que retenía a la hembra dominante de la manada.

-Tienes una sola oportunidad -dijo Ash. Voy a soltar a Bruma. Muere con dignidad o vive para luchar.

-¡Muere con dignidad o vive para luchar! ¡Muere con dignidad o vive para luchar! – Las guerreras repitieron sus palabras una y otra vez, forjando con su canto una letanía siniestra y ancestral que nublaba su mente y le impedía encontrar una salida para aquel enroque mortal.

Entornó sus ojos negros, ahora solo dos líneas en un rostro oscuro, frío y hermoso como la noche del desierto. Trató de cerrar su mente al dolor como le había enseñado la madre Tsun. Recordó sus palabras al iniciarla en los ritos. “Las cadenas te harán libre”.

Ash dejó libre a Bruma. Duna dio un paso atrás con decisión y se dejó caer de espaldas al abismo.

El sol salió dos veces.

Dolor. Oscuridad y dolor. De la oscuridad surgieron formas difusas. Del dolor la dura consciencia de su cuerpo maltrecho. Luego las formas fueron luz. Y la luz fue Tsun.

-Descansa. Guárdate ahora tus preguntas. Siente en tu cuerpo las respuestas.

Poco a poco sus tobillos le fueron hablando de las cadenas salvadoras que habían abortado su caída. Su espalda le contó las heridas recibidas al golpearse con las rocas. El fuego en su brazo le dijo que ya tenía la marca djarn. Era una guerrera.

Atrás quedaron el rapto en una aldea que no podía apenas recordar, una familia que nunca fué, y despues la esclavitud, las vejaciones, las preguntas sin respuesta, la iniciación a los ritos, el sufrimiento y la lucha. El dolor, siempre el dolor. Y al final todos sus temores disueltos en un único propósito, la gran prueba.

Las djarn secuestraban niñas para convertir en guerreras solo a las mejores. El resto moría en el empeño o arriostraba una vida de esclavitud, como la madre Tsun. Ella le mostró el camino y la hizo fuerte. Ahora ya tenía por qué vivir y por quién luchar.

Hubo dos lunas y un creciente.

Los dingos ya conocían su olor y la mordedura de su látigo. No hacían falta cadenas. La siguieron en su frenética carrera hacía las fuentes de Hajfai. Antes sólo se trataba de vivir. Ahora, matar o morir.

Los hombres oscuros no tenían derecho al agua de las fuentes. En el desierto el agua es vida y con vida se paga. Alertadas por las centinelas, las guerreras se habían emboscado alrededor de las fuentes para cobrarse el agua robada.

Duna y otras dos guerreras ansiaban tatuarse su primera pulsera bajo la marca djarn. Irrumpieron en las fuentes como tres furias desbocadas, aullando desenfrenadas para aterrorizar al enemigo y enfurecer aún más a los dingos. Pronto el sol brilló en sus espadas. Una de ellas segó certera una cabeza. Al rodar aún conservaba su expresión sorprendida. Otro hombre cayó atravesado sobre la charca. Un tercero regó con sangre la arena, pero los doce hombres restantes tuvieron tiempo de guarecerse y empuñar sus armas.

Los dingos se abalanzaron sobre ellos. Olían su miedo. La furia era su única guía en la batalla. Los dingos luchaban sin honor, solo instinto, sangre y miedo.

En la confusión Duna vio caer a Mahra herida en un muslo. Se revolvió justo a tiempo para esquivar la lanza que le habían arrojado a unos pasos de distancia. Trató de acercarse a ella, pero otros dos hombres se habían liberado del asedio de los dingos y le cortaron el paso. El más cercano se dirigió a ella espada en mano; el otro, mucho más bajo, se dirigió a su compañera para rematarla en el suelo.

Tenía que salvar a Mahra. Laixe cedía terreno frente a un par de soldados que le dirigían golpes cruzados desde dos lados distintos. Duna no conseguía librarse de su rival. No había tiempo. Las otras guerreras casi habían llegado cuando vio impotente como el enano malnacido levantaba ya su alfanje. Despues, solo hubo sangre, dolor y muerte.

Su primera pulsera había dejado sobre la arena un montón de cuerpos que empezaron a devorar los dingos. También los de Mahra y Laixe. Las Drajna les dejaban comer de la misma carne que les enseñaban a matar.

Llegó la noche sin luna.

Tsun no tenía respuestas. Siempre se había hecho así. Era su forma de luchar. Era la tradición. Eran las djarn.

Pero Duna no podía dejar de pensar en lo estúpido de aquel ataque. Tenían todas las ventajas: la sorpresa, el número, la superioridad en el cuerpo a cuerpo y el terror que sembraban los dingos. Sin embargo, habían perdido a dos guerreras. Dos mujeres jóvenes, fuertes y valerosas que habían pasado la gran prueba hace poco, como ella. Dos mujeres que en el campo de batalla valían por diez hombres oscuros, o por veinte Ramkars.

Le dijo a Tsun que quería hablar con la djarn’fah. Podían luchar mejor y ganar más batallas si planeaban los ataques. Su propio clan le había inculcado desde muy niña los principios del orden y la disciplina. Esas eran ideas que ni el rapto, ni la iniciación ni los años de esclavitud habían logrado borrar. Podrían ser mejores guerreras entrenándose y preparando las emboscadas, en vez de confiarlo todo a la fuerza, la rapidez y el valor de las guerreras. Guerreras como Laixe y Mahra.

Tsun trató de impedírselo. Para ser djarn’fah hay que matar a la djarn’fah. Ash lo sabía por experiencia y cortaba de raíz cualquier crítica.

Duna se acercó a la hoguera. Dejó su espada en el suelo y habló.

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Tras mezclar los ingredientes (ver esta entrada anterior) y añadir algunas especias, como un pequeño homenaje a Frank Herbert y a un antiguo general chino, os presento este relato fantástico, mejor dicho, este relato de fantasía.

Como prometí, no hay héroe. Hay heroína. De hecho, las protagonistas son todas mujeres, y los únicos hombres que aparecen hacen de extras a veinte euros al día.

Esta aparente androfobia en realidad tiene su explicación: me he planteado la improbabilísima posibilidad de que pudiera continuar y terminar esta historia, y la más improbable aún de que tuviera algun éxito y quisieran hacer una peli basada en ella (¿Qué pasa? Soñar es gratis, ¿no?). Pues bien, llegados a ese escenario, yo… ¡me pido dirigir el casting!

En cuanto a la extensión, en realidad había escrito más, pero he tenido que meter la tijera para no exceder las 1000 palabras que pedía Lord Alce en las bases del concurso. Pero no vayáis a pensar que he tirado las sobras: son el inicio del segundo capítulo… 

10 Comentarios

  1. El sol se estaba poniendo, significa lo mismo que quieres transmitir y aparece en primer lugar el sujeto que realiza la acción.

    El Sujeto es el elemento de la oración que tiene la función de informar quién realiza, causa o padece la acción del verbo.

    El Sujeto se localiza fácilmente preguntándole al verbo ¿quién?: El sol se estaba poniendo (¿quién se estaba poniendo?: El sol).

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  2. Todo iba viento en popa hasta que llegó Paquito Pum Nariz Pistola y dijo: ¡Pero ¿cómo se te ocurre comenzar con voz pasiva un relato donde lo destacable en él, además de bien narrado, es pura actividad? Qué te parece si comenzases con algo así: «El sol avanzaba sin prisas, pero sin pausa, hacia poniente»…

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    1. Jajaja, que bueno Fran. Pero esta vez merece una explicación.
      Esas frases son solo un recurso para expresar la medida del tiempo. En el relato es coherente: un pueblo de ese tipo no puede medir el tiempo en horas, o en semanas o meses, sino en el curso de los hechos de la naturaleza, es decir, su reloj está en el cielo. Si estas frases rompen el ritmo, es precisamente lo que pretendo: separar las escenas y los capitulos mediante esas frases que además le dicen al lector algo sobre los lapsos de tiempo. Igual no está mu conseguido, pero la idea no me parece mala.

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      1. No, si el relaro está muy bien, solo que tal y como inicias el que realiza la acción, que es el sol, quefa relegado a un segundo plano, y de ahí la pasividad del arranque; como verás, no tiene nada que ver con lo que pretendes que comulgue. Espero que lo tomes como una sugerencia, pues soy consciente de que solo el autor es quien tiene potestad para exponer como considere oportuno.

        Saludos cordiales

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    1. Muchas gracias Zoe, tengo las 200 palabras que han sobrado y podría poner otras 800 o así. Me he quedado con las ganas de seguir, las palabras ya salían solas… Pero me espera tarea este fin de semana 😔

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