Una vieja escena.


Cuando creci todo se volvió más pequeño, pero en aquel tiempo algunas matas me llegaban a la cintura. El prado se antojaba inmenso y el camino una vieja herida que se perdia entre los pinares. Cada piedra del campo prometía un susto y mi curiosidad, desafiando los consejos, iba levantando alguna que otra. A veces se desea lo que se teme; una vez perdida la inocencia, se teme lo que se desea.

Todo estaba por descubrir en aquel mundo pausado y ancestral. Mi mano se perdía en la que me llevaba y yo, hambriento de porqués, le paraba cada pocos pasos para arrancarle el secreto de los palmitos, del canto de las chicharras, de la muerte ritual de los alacranes o de aquel nido de los gamusinos que nunca nadie había podido encontrar. Todo parecia tan viejo que había estado allí siempre; para mi tan nuevo que ya no me cabían las preguntas.

Por pasadizos entre los cañaverales, pedregales que el invierno volvía arroyos y rastros perdidos entre los cerros, monte abajo, después de los huertos, al fin se barruntaba el agua. Aquel lago fue mi primer mar. De playas hostiles, pedregosas y escarpadas, de azules de acuarela y de resinas por salitres, devolvía entre sus olas de juguete reflejos inquietos del cielo, de las nubes y los pinares de la orilla distante.

De pronto una carpa rompía el silencio, como un remoto arcano de las profundidades que luego se iba perdiendo como el eco en ligeros redondeles. Sentados sobre una roca, descalzos en las aguas prohibidas, echábamos los sueños a navegar en cortezas de pino o nos jugábamos el amor propio en piedras saltarinas que desafiaban la irresistible atracción de las aguas.

Eran días de pollo empanado y tocino en la candela. De cielos sin aviones, de dedo furtivo remojado en la manguara, de siesta cobijados bajo un techo de encina, de agua de pozo y de piñones que sabían deliciosamente a robados. Dias que hoy sé que fueron felices por mucho que entonces, con tanto por vivir, no fueran más que días.

Cuando el asfalto escupe mis pasos y el tiempo solo es algo que se mide yo recuerdo aquellas huellas del treinta y cinco que fui dejando por esos caminos. Porque echo de menos el campo, porque lo extraño tanto como a aquellos, ahora en el cielo, que por entonces me llevaban de la mano.

5 Comentarios

  1. Precioso, Isra.
    Decía un poeta que la vida es como la corriente de un río, nunca te bañas dos veces en el mismo agua.
    Por eso, aunque vuelvas a los mismo lugares de antaño, ya tus ojos no son los mismos que disfrutaron de aquel descubrimiento.
    Felicidades y aplausos por este relato tan bello.
    Un abrazo.

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  2. Me gustó mucho volver a leer algo escrito por tí, gracias por ello, hermoso recuerdo, me fuiste llevando a mis años niños cuando también las flores acariciaban mi cara cuando iba por un sendero, a todos esos animalitos escondidos o que se paseaban frente a mi vista sorprendida.
    Me quedé con una duda, hablas «de la muerte ritual de los alacranes», me puedes platicar de qué se trata.
    Sigue escribiendo, un abrazo grande y lindo fue estar contigo unos momentos

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    1. Otro abrazo para ti!! Te explico lo de los alacranes (escorpiones).
      En mi tierra teníamos la barbara costumbre de hacer un círculo con hojarasca, dejar al alacrán dentro y prender fuego. Se creía que el alacrán se clavaba el aguijón para ahorrarse sufrimiento, pero en absoluto es asi: solo ocurria que se le doblaba la cola con el calor y parecía que se mataba. Además, se supone que cualquier animal es inmune a su propio veneno… ¡en otro caso no se entendería que los políticos llegarán a viejos! Jajaja.

      Ya te digo, una barbara costumbre que afortunadamente hace mucho que no se practica.

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      1. Gracias Isra por exlicármelo, qué bueno que ya se haya acabado con la costumbre, y tienes toda la razón en cuanto a los políticos, lo malo es que todavía se sigue cayendo en su juego para perpetuarlo. Un abrazo bien grandote

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