El compromiso del lector.


Poder disfrutar en condiciones de una película de James Bond implica un pequeño acto de fé. El espectador tiene que estar dispuesto a pasar por alto ciertas leyes de la física, a idealizar el estado del arte de la tecnología y a dejarse enredar por un argumento que no por previsible deja de ocultar ciertas sorpresas. Menos cada vez, la verdad, pues conforme se fueron agotando las páginas originales de Ian Fleming la serie se fue devaluando progresivamente, cada vez mas entregada a la taquilla. No tiene mayor importancia, siempre nos quedarán Le Carré o Greene.

Ocurre algo parecido cuando uno se enfrenta a un nuevo libro: El disfrute de la lectura pasa por saber hacerle concesiones al autor. Hay que otorgarle un mínimo de confianza y dejarse llevar dócilmente a su universo, que tal vez no sea coherente con el nuestro, pero que si lo es con la obra, o al menos debería serlo. No se trata de identificarse con su imaginario, pero si de empatizar con él, de concederle crédito a su inventiva para que la obra tenga sentido. ¿Cómo negarle a Saramago la posibilidad de separar la península por los Pirineos o a Asimov esos continuos e imposibles saltos por el hiperespacio? Sus obras perderían todo sentido sin los cimientos que suponen estos recursos fantásticos.

Ese es nuestro compromiso como lectores. Estamos dispuestos a creer lo increíble, siempre que el escritor nos dé algo a cambio: coherencia. Porque ese autor que tanto nos pide tiene también sus responsabilidades.

Primero y fundamental tiene que ser honesto con su propia obra. Pedirnos solo aquellas concesiones que son necesarias, y no marearnos con recursos prescindibles e invenciones inútiles que no aportan nada al relato.

Segundo y no menos importante, tiene que mantener su palabra. No puede ni debe contradecirse, alterando el pacto que tiene con nosotros solo porque el argumento le pide un giro inesperado o porque le faltan párrafos para un capítulo. Eso es abusar de nuestra confianza.

Y tercero, puede crear un universo todo lo complejo que quiera, pero éste tiene que sostenerse. No puede hacerlo a base de ocurrencias ni inventar sobre la marcha, pues posiblemente estas improvisaciones sean incompatibles unas con otras y al final resulte que ese universo se cae por su propio peso.

Escribir requiere una planificación previa: documentarse, establecer reglas y diseñar un armazón, unas reglas que el autor se tiene que obligar a respetar antes de tirar la primera linea del primer capitulo.

Esta estructura, física o filosófica, raramente se explicita en la obra, pero se cuela de tal manera en la razón y condiciona tanto la lectura que hasta el menos crítico de los lectores es capaz de reconocer perfectamente si una obra ha madurado a partir de un trabajo previo o simplemente se ha ido construyendo sobre la marcha.

En este segundo caso uno se puede sentir defraudado, traicionado por las incoherencias y engañado por un pacto que él si ha cumplido y el escritor no.

Como lectores asumimos nuestros compromisos y tenemos por tanto derecho a ser críticos; como escritores tenemos la obligación de ser honestos con nuestros lectores.

Porque los pactos obligan a ambas partes, no lo olvidemos nunca.

15 Comentarios

    1. Pues imagino que como cualquiera: Por aquí tengo un par de best sellers sustituyendo la pata que le falta a la puñetera estanteria fjonhölm.

      Lo que no quiere decir que parir una historia sobre la marcha e irla alargando para hacer mano no sea un buen ejercicio. Son cosas que haces para ti mismo, y después las enseñas o no.

      Pero no tratas de venderlas. Ni tan siquiera en el Ikea.

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  1. Hola, excelente artículo.
    A eso se le llama la suspensión de la incredulidad: hacemos un trato con el escritor para creernos lo que aparece en el libro, a cambio tenemos una historia emocionante.
    Saludos, y excelentes consejos

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        1. Te comprendo, raramente son sinceros. Pero concédeme la razón porque nace de haberme tomado la molestia de leer tus últimos articulos, así que no estoy nada confundido y en cuanto al resto…

          ¡Muchas gracias por quitarme veinte o treinta años!

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