Hermosas vistas al Jardín de las Delicias.


Hero se detuvo, como cada tarde, a recoger el correo antes de subir los escalones de dos en dos, camino de su hogar. Como los tramos de aquella escalera solo tenían trece, al llegar al primer rellano saltó también sobre el inexistente décimo cuarto peldaño y estuvo muy cerca, una vez más, de derribar la araucaria. Miró a uno y otro lado, le dio las buenas tardes a la puerta que acababa de cerrarse a su izquierda y tomó impulso para afrontar el siguiente tramo que, tal vez solo para contrariarlo, ese día tampoco tendría catorce escalones por algún descuido del arquitecto.

Llegado a la tercera planta y dos pasos más la llave no giraba. Se colocó la cartera bajo el brazo y lo intentó con la otra mano, sin resultado. Necesitaba una ducha, había dejado un emparedado en la nevera y las noticias empezaban en quince minutos, pero seguía sin poder abrir. Asomado al hueco de la escalera, contó los pisos con la mirada y su mente lo tradujo automáticamente a pasos y escalones, demostrándole que aquella era, sin duda alguna, la puerta de su piso de dos habitaciones con baño y cocina. Lo intentó con más firmeza, tirando a la vez del pomo de la puerta; tal vez la cerradura se había atascado. Desistió tras varios forcejeos. Solo entonces la puerta se abrió y escupió a un sujeto embutido en una raída camiseta de tirantas y calzado con unas pantuflas que habían conocido tiempos mejores, quién devoró en un instante el espacio que los separaba y se puso a gritarle casi al oído.

—¿Qué pasa? ¿Eh? ¡Qué demonios pasa! ¿Qué estás haciendo con la puerta?

Aquello era extraño, muy extraño. Hero no solía equivocarse con los cálculos. Treinta y nueve escalones, más los tres que deberían estar, corroboraban el rellano bajo sus pies. Allí no había más puertas que la suya y la de los Havoc, que aún seguía exhibiendo la corona de adviento. No, no podía haberse equivocado. Una mujer surgió del interior y se unió al sujeto que insistía en hostigarle con su mirada cercana y pertinaz.

— ¿Qué está pasando, Marius? ¿Qué quiere ese fulano?

—Nada, vieja, es solo un pasmao. ¿No lo ves? Y tú, seas quien seas, lárgate de aquí y no vuelvas a molestarme, ¿has entendido?

Hero solo pudo echar un rápido vistazo al interior antes de que el tipo cerrara de un portazo. Pero era muy buen observador: Alcanzó a reconocer el cuadro del recibidor —una reproducción del jardín de las delicias— y la vieja alfombra del salón. No había duda, aquel era su piso. Llevaba cuatro años subiendo dos veces al día esos mismos treinta y nueve escalones —más tres— e introduciendo cada vez esa misma llave desgastada para abrir la cerradura. Algo no estaba bien. Pulsó el timbre.

—¿Otra vez tú? ¿No te he dicho que te largues?

—Sí, lo ha dicho, pero pienso que hay algún error: este es mi piso.

Abrió la mano, mostrando la llave. El hombre se le quedó mirando con los ojos entrecerrados.

—Eso no puede ser. Llevamos ya varios meses viviendo aquí, ¿verdad María?

Aprovechó para arrebatarle la llave, la metió en la cerradura y trató de hacerla girar sin resultado.

—¿Lo ves? Esta llave no abre. La mía, sí.

—Es cierto, no abre. Algo está mal. Sin embargo, esta es mi casa. ¿Ve ese cuadro? Lo compré en la tienda del museo hace ocho años por treinta y tres chelines. Aquella alfombra fue un regalo del tío Hami. El suelo del salón tiene cuarenta y dos baldosas completas y hay otras treinta incompletas a su alrededor y dentro de nueve minutos van a empezar las noticias.

—Las noticias. ¿Has oído, vieja? ¡Van a empezar las noticias!

Liberó un bufido, sonrió con desgana y le invitó a pasar con un leve empujón. Pronto llegaron a un arreglo: Hero ocuparía la habitación pequeña, con derecho a usar la cocina y el baño, pero no el salón (salvo a la hora de las noticias) y solo tendría que pagarles trescientos chelines al mes.

A la mañana siguiente estuvo a punto de llegar tarde a su trabajo. Apenas había conseguido dormir, ocupado en inventariar los arabescos del papel pintado de aquel cuartito donde no había dormido nunca antes. Se levantó diecinueve minutos después de la llamada del despertador. El baño estaba ocupado y le costó encontrar su cartera. Salió corriendo y sin haber podido tomar café, porque allí ya no había café, pero logró fichar a tiempo, al precio de tener que sortear demasiadas baldosas y peldaños con zancadas incoherentes.

Julia le llevó a media mañana un café, medio bocadillo y el crucigrama que había recortado para él. Hero apiló varios legajos para despejar un rincón de su mesa, espacio que ella justo aprovechó para sentarse. Él se tuvo que quitar las gafas por pudor. Quiso contarle a Julia lo que le había ocurrido con el piso, pero ella no paraba de hablar de su tan deseado ascenso y de la consideración que le tenía el jefe de sección y de las quejas de su madre y de la película que estrenaban esa noche en el Capitol, porque Julia era capaz de mezclar sucesivamente hasta siete asuntos en sus conversaciones sin por ello perder el hilo en ninguno. A Hero le seducía tanto aquella versatilidad con la que fluía la vorágine estructurada de sus pensamientos que odiaba interrumpirla, y se limitaba a asentir, y a sonreír si ella lo hacía o a bajar la cabeza cuando no. No pudo pues decirle que había encontrado a aquella gente tan pintoresca en su casa, que no había podido acordar con ellos ningún régimen de visitas, ni que ya no podría llevarla a conocer el piso, ni que en realidad lo había comprado hacía varios años pensando en ellos dos, ni podía desde luego contarle lo que sentía por ella, no, desde luego, no ese preciso día, como no había podido hacerlo nunca, sencillamente porque no podía y él respetaba los axiomas.

En los días siguientes estuvo tratando de resolver el problema. Su piso se había convertido en un incesante trasiego de extraños que entraban y salían, gente de todo tipo que a veces discutían, o se dedicaban a vaciar botellas con Marius en noches interminables, o solo venían a llevarse alguna silla que apenas se usaba, o algún mueble, o una pieza de vajilla, o algo de su ropa, objetos que, según María, después entregaban a gente mucho más necesitada.

Le costaba acostumbrarse a esta nueva vida, renunciar a sus hábitos y comprobar cómo desaparecía la comida que guardaba en su parte del frigorífico o encontrarse su cepillo de dientes colocado de cualquier manera en el vaso pero, a cambio, tenía una nueva familia por solo trescientos chelines al mes, razón por la que, como le insistía Marius, podía considerarse muy afortunado.

Pero aquello era insostenible a efectos contables: el sueldo no le llegaba. Antes podía cumplir con los pagos del crédito a base de algún que otro sacrificio, pero la nueva cuota mensual y los gastos para sustentar a sus recién adquiridas cargas familiares excedían con creces a su sueldo. Si la clave para resolver cualquier problema era siempre comprender el planteamiento, Hero solo llegó a sentirse cómodo con el suyo cuando logró reducirlo a una sencilla cuestión de números; eso lo volvió pequeño y abordable, y poco más tardó en encontrarle una buena solución: tenía que aumentar sus ingresos.

El jefe de sección aceptó encantado su propuesta de hacer horas extras, consciente de la habilidad innata de Hero para cuadrar balances y calcular las más complejas amortizaciones. El acuerdo beneficiaba a ambas partes: Hero conseguía esos chelines que tanto necesitaba, mientras que el jefe obtenía valiosas horas de experto contable a precio de aprendiz. Incluso tuvo la gracia de consentirle un breve descanso a la hora de las noticias, un detalle que facilitó sobremanera la negociación.

Poco le costó a Hero hacerse con su nueva situación. Lejos de lamentarse por estar tantas horas encerrado en la oficina, pronto encontró consuelo en aquel entorno que le era tan familiar; se encontraba mucho más cómodo entre archivadores y libros contables que en un piso que, día tras día, parecía querer despojarse de él, de su presencia, de sus pasos y sus costumbres. La oficina, en cambio, estaba siempre limpia. Cada objeto tenía sentido. Las mesas estaban ordenadas y formaban con pulcritud en dos hermosas filas.

Había ganado en el cambio. Si durante el día su mente danzaba como un derviche al compás del traqueteo incesante de las calculadoras, al caer la tarde, cuando todos se marchaban, disfrutaba tanto de aquella acogedora soledad que apenas codiciaba levantar la cabeza de sus libros plagados de números. El jefe de sección estaba tan satisfecho que incluso le había permitido colgar de la pared los pocos recuerdos que iba pudiendo salvar del insaciable afán benefactor de su nueva familia.

A veces se obsequiaba un poco de Bach después de las noticias, tal vez también por retrasar el momento de regresar a su casa. En una de esas noches estiradas al extremo, no sería antes de las doce, vio luz donde ya no se necesitaba, y escuchó murmullos cuando ya no debía haber nadie. Atisbando por entre los cristales traslúcidos que delimitaban la jerarquía en aquel pequeño universo, alcanzó a divisar las manos del Jefe de Sección recorriendo lugares de Julia con los que él jamás se habría atrevido a soñar. Apartó su cara al instante del vidrio y retornó sigiloso al socaire de sus cifras. Aquella noche no volvió a su piso.

La mañana le embistió sentado en un banco, frente al museo, a cuatro manzanas de la oficina. Se estiró como pudo la chaqueta y trató de peinarse con los dedos mientras corría, mirándose en los escaparates impares. Llegó justo a tiempo de fichar y ocultarse tras una montaña de legajos.

—¡Pero, bueno…! ¿Se puede saber qué te ha pasado hoy? ¡Estás hecho un verdadero desastre! Tómate el café y trataremos de arreglarlo. ¿No tendrás algo aquí para afeitarte? No, claro. Dame esa chaqueta al menos, que voy a coserte bien ese botón. Y así, mientras tanto, aprovecho y te cuento. Estoy encantada, ¿sabes?

Había observado que Julia tendía a centrarse en un solo asunto cuando tenía las manos ocupadas y, pese a lo mucho que le atraía el embrollado discurrir de su charla, hoy necesitaba orden más que nunca.

—Creo que ya está, Hero. El ascenso. Sí, ¡es cosa hecha! El jefe aprecia mucho mi trabajo. Ayer me lo estuvo diciendo. En realidad estuvo encantador. De hecho, ¿tú crees que él…? Quiero decir, un hombre como él y una chica como yo…

Hero asintió despacio con la cabeza y violentó su rostro con la curva de una sonrisa. Era un ascenso. Era lo que Julia tanto había deseado.

Aquella tarde, al llegar a la tercera planta, pisó el decimotercer escalón pero no se maldijo por ello. Marius estaba tumbado en el sofá, pero supo atajarle con una mirada.

—Tú, ándate con mucho ojo al entrar en tu cuarto. Hemos puesto otra cama.

—¿Otra cama?

—Sí, otra cama. Y hemos hecho sitio en el armario. Ahora tienes un compañero de habitación. Ni se te ocurra molestarle con tus rarezas, ¿entendido? El tipo paga bien.

—Dos camas. Bueno, en realidad sobraba algo de espacio. Y no es mal número.

Hero apretujó algo de su ropa dentro de una bolsa y se encaminó a la puerta. Marius le acechaba en el vestíbulo para recordarle que había que pagar el recibo del gas. Aunque eso no formaba parte del acuerdo, dejó unos chelines en la mesa del salón, junto a su reproducción del cuadro del Bosco cubierta de fichas de dominó. Bajó la mirada al suelo y empezó a contar sus pasos para poder salir de allí. Cuatro. Seis. Apenas importaba ya en realidad. Ocho.


Este relato responde a la propuesta de Pepe en El Tintero de Oro, donde tras una brillante exposición sobre Kafka y «La Metamorfosis», se propone «escribir un relato donde el protagonista despierte a un mundo o realidad que contenga un aspecto que no acabe de entender», con una extensión máxima de 900 palabras.

Como quiera que, entre otras cuestiones, el presente relato no tiene en absoluto la extensión requerida, su destino debe ser la sección «Relatos fuera de concurso», donde me alegraría que quedara junto a mi agradecimiento a Pepe por su creatividad, por sus magníficas letras, y por esa presentación que realmente me ha impulsado a construir este intento de algo.

18 Comentarios

  1. ¡Hola, Isra! Es un relato magistral en todos los aspectos narrativos. Primero, está narrado, que es algo muy distinto a escribir bonito. Segundo, y fundamental, provoca una reacción emocional en el lector. En mi caso, me has traído la misma emoción que sentí cuando hace décadas vi La cabina de Antonio Mercero y José Luis López Vázquez. Como en tu relato, plantea una situación difícil de asimilar. Si en aquella serie uno ansiaba porque alguien rompiera el cristal, en tu historia, uno está deseando que Hero empiece a liarse a mamporros con los okupas, el jefe y todos esos «chupopteros» que se aprovechan de él.

    Tercero, el humor. En este caso un humor absurdo, pero trascendente. Hay ironía tragicómica en cada situación, con frases que bien podrían considerarse como aquellas greguerías de Ramón Gómez de la Serna. Es un humor que nace casi de la desesperación, de hecho, ese es el humor más puro. Es la válvula de escape para poder soportar situaciones como las que sufre Hero y, de alguna manera, con ello das aire al lector.

    Y el personaje, impresionante. Logras que deseemos meternos en el relato y darle un abrazo. Pero, además, logras que el lector se pregunte si, quizá, no sea también un Hero en su propia vida. Una vida en la que, pese a que pensemos lo contrario, no somos los que llevamos las riendas. Dependemos de un trabajo que nos permita subsistir, de una persona que quiera estar con nosotros o de que nuestro hogar no sea el objetivo de cualquier extraño.

    Hero comprende su absoluta indefensión frente a la vida. Y hace lo que, en definitiva, hacemos todos, adaptarnos y convencernos, aunque sea una mentira, de que llevamos el mando. Por eso, se refugia en lo único que da seguridad y certeza, que dos más dos son cuatro.

    Una maravilla a la que, por supuesto, hubiera sido un crimen ajustarla a las 900 palabras. Un verdadero regalo a la iniciativa de este mes.

    Un abrazo!

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    1. Muchas gracias David, por tu comentario y también, y sobre todo, por tirar de este maravilloso carro. Es mucho lo que te debe esta comunidad y, sin duda, tu mano y la de todos los colaboradores está también detrás de lo bueno que aquí fructifica en nuestros escritos.

      Que traigas a colación «La cabina», una obra que marcó a toda una generación, no lo puedo recibir igual que tampoco a Maite lo del «Apartamento». Salvemos las distancias. Que deja esa sensación, pues si, pero el dominio de los tiempos de Mercero es incomparable, y aquella tensión in crescendo, irrepetible. El más leve parecido con todo eso ya es todo un honor.

      El humor. Bueno, procuro que siempre esté, incluso en lo más oscuro, porque es la característica más esencialmente humana, y porque uno es enormemente positivo: no existe mejor don que la alegría. He dicho que está, pero está escondidito, quizás porque lo amargo solo adquiere dimensión cuando, por contraste, se puede comparar con lo dulce. Y porque el humor hace a los personajes definitivamente humanos, provoca mucha más empatía que la lágrima y es la reacción más natural ante la desesperación: no en vano, donde mejores chistes se cuentan es en los velatorios.

      Hablas de regalos… Lo que SI es un verdadero regalo es esta iniciativa, en general, y traer a Kafka en particular. Porque solo se aprende de verdad de los grandes, y uno está en esta vida para aprender. Un regalazo para todos los que tomamos parte en ella, y a su vez nos regalamos lecturas unos a otros.

      Muchas gracias, mucho ánimo, y un gran abrazo.

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  2. Hola, Isra. Primero decir que me alegro mucho de que hayas podido compartir el relato. Es en sí la esencia de esta iniciativa que no es más que compartir nuestros escritos con el plus que a mí me gusta añadir que es lo de tratar de alejarse de la zona de confort, como he leído por alguno de los comentarios. En este caso, planteas un relato altamente kafkiano, con ese protagonista que tiene una personalidad bien marcada a través de la obsesión por contar lo que le rodea. (Que sean trece ya plantea malos augurios), pero no solo los escalones, sino las baldosas de su casa, tanto las enteras como las partidas. Y ahí empieza lo kafkiano, no solo con el desoriente que trasladas al lector ante la imposibilidad de entra en su casa, pues, aunque es suya, por alguna razón que escapa la capacidad de comprensión no lo es, sino por la aptitud de un personaje que se deja llevar, que tira hacia delante ante la adversidad impuesta, casi sin cuestionarla, como si fuera algo que debe sufrir pues está aceptado. Los caseros son abusivos con él, y él aguanta lo que haga falta, pues siempre es lo que debe hacer, tirar hacia delante. En el trabajo todo sigue unos derroteros que no le gustan, no puede cortejar a la chica que le quiere, es más, esta utiliza sus armas para seducir al jefe y conseguir su propósito, y no se queda ahí, sino que se lo hace saber. Y aun así, el susodicho aguanta, pues todo forma parte de ese universo que no entiende, o eso parece, hasta que esa vida parece ahogarle y decide marcharse, en apariencia siguiendo siendo la misma persona, pero no, o sí…, o eso es lo que he entendido con ese párrafo final, donde comienza a contar como al principio, pero luego le da igual, aunque no es cierto, porque en el fondo sigue haciéndolo, pero en este caso no llega a trece, sino se queda en ocho y todo abierto para que cada uno piense lo que quiera. En el fondo me alegra que hayas participado, y perdón por la extensa elucubración, pero da que pensar, ese relato simbólico que puede ser el día a día que nos rodea y del que no nos atrevemos a revelarnos. Un fuerte abrazo!

    Por cierto, muchas gracias por la amables palabras que me dedicas en la entrada. Cuando me puse con la edición me di cuenta de dónde me metía, ya que es un autor muy estudiado y leído por eruditos, y quién iba a ser yo para aportar algo más que molestar. Me alegra que te gustara la edición.

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    1. Muchas gracias, Pepe. Permíteme que te conteste empezando por el final: mis palabras no son un regalo, hacen justicia a un gran trabajo. Cierto que Kafka es terreno abonado para estudiosos, pero analizarlo y que sea didáctico y asequible, que al leer tu presentación te quedes con las ideas fundamentales y con una visión general del autor y su obra que tiene enjundia, mucha más que cualquier wikipediazo, eso es impagable. De hecho, me ha servido y mucho no solo para escribir mi relato sino, sobre todo, para volver a Kafka con otros ojos. Para releer la Metamorfosis y darle alguna vuela al Proceso desde una perspectiva mucho más fundamentada. Lo de bueno que pueda tener mi relato, en parte, te lo debo a tí. (Lo malo es cosa mía, ¡no te preocupes!).

      Con respecto a mi relato, bueno, ya lo estáis diciendo todo, poco más que añadir. Como curiosidad, a mi el trece me trae buena suerte, es un número que me predispone en positivo, me han pasado algunas cosas buenas relacionadas con él. Si aprovecho para cometer un pequeño acto de redención: Está bien esto de no concursar. Bastante bien. Liberarse de las propias expectativas, de ese tope de las 900 palabras que a veces me frustraba, y también de orientarte un poco a que el relato guste, cuando de lo que se trata es de contar una historia como un fín en si mismo.

      Eso sí, como ya ha pasado el periodo «electoral», pasaré en estos días a disfrutar de los demás relatos y a comentar y agradecer a quienes los han escrito, seguramente es lo mejor que puedo hacer por los demás, pues, con mis votos no solía acertar mucho.

      Un gran abrazo, muchas gracias de nuevo por tus palabras, mi enhorabuena por tu Kafka y todo mi ánimo a continuar por esa senda, quien sabe si con un Joyce, un Hesse, un Flaubert o un Nabokov… ¡Deseando que me sorprendáis de nuevo!

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  3. Ha sido un acierto que lo pongas en esta sección. Porque quién puede cortar ni una frase de este gran cuento…

    Es triste, tristísimo; a mí me ha impresionado. La realidad absurda comienza con la llave y ya no termina. No es un absurdo fantástico, aunque su reacción si sea irreal, es un absurdo social, que cualquiera puede encontrarse al volver a su casa y verla llena de ocupas que han cambiado tu cerradura.

    Desgarra la soledad del personaje. Me recordó un poco al «Apartamento», en esa humillación resignada del protagonista, no ya ante sus superiores, sino ante unos sinvergüenzas. Deseas en todo momento que se rebele… Pero él es así; alguien que en el fondo busca cariño, y ante la imposibilidad de lograrlo se hunde más en su propia obsesión, que es lo único que le reconforta. Me ha parecido un cuadro excelente de la psicología de un TOC. Me gusta también ese contraste con la chica, cómo la percibe desde su mundo, en el fondo ingenuo…

    El lienzo del «Jardín de las delicias» usado a modo de mesa… es ya demoledor.

    ¡Un abrazo!

    Ah, se me olvida, te escribe Maite (Volarela)

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    1. Muchas gracias, Mayte, esto que comentas son palabras mayores: El de el «El apartamento» es probablemente uno de los mejores guiones de la historia del cine, y mi pobre historia no resiste ni de lejos la comparación con esa genialidad de Billy Wilder, más allá de la continua sucesión de desgracias que sufre el protagonista. Pero te alabo el gusto si disfrutas con el buen cine, ese que tiene sustento en un gran guion.

      Y me encanta que hayas reparado en esa imagen del cuadro con las fichas de dominó, me vino la idea y le vi tal carga simbólica que te confieso que construí toda esa escena final para hacerle sitio. De hecho, el titulo del relato, la imagen y hasta el nombre del personaje brotaron de esa idea.

      Un gran abrazo!

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  4. El espíritu de lo Kafkiano está en cada letra, en donde el protagonista asume cada desventura con tranquilidad rutinaria, en algún momento debe finalmente quebrarse, a cada segundo su situación empeora, y no hay motivo o explicación, los cambios simplemente ocurren en ese sistema de vida.

    Lucy Ferro

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    1. Muchas gracias Lucy, incido especialmente en una idea de tu comentario que Pepe ya ponía en valor en su presentación de este concurso: la ausencia de explicaciones. En La metamorfosis hay bastantes hechos que no se explican, desde la propia metamorfosis hasta la desaparición de Samsa una vez fallecido, que se reduce a una frase donde la asistenta dice que ya se ha encargado de ello… ¿Tan sencillo? ¿Cómo pudo hacer desaparecer ese enorme insecto en un pis pás? Es algo que, creo, está en la base de eso que llamamos kafkiano, incluso surrealista: salirse del manual, dejar cabos sin atar, asolar la lógica de un lector que necesita que todo (lo que importa) tenga una explicación y, privado de ella, se sumerge en un universo diferente donde lo que importa es el qué, más que el porqué. En realidad, los porqués están, pero a otro nivel, ahí donde reside el mensaje mucho más allá de la forma. Kafka no necesita explicar lo evidente, pero lo profundo queda estructurado y argumentado.

      Un abrazo.

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  5. Hola, Isra. Comente lo que comente en este espacio no va a hacerle justicia a tu magnífico relato. En primer lugar, déjame felicitarte por una decisión, la de no recortarlo, que creo correcta. El relato tiene muchas aristas y mutilarlo, probablemente, le restaría alguna. Como bien dices, se suele considerar la obra de Kafka como surrealismo porque, tal vez, el mundo no sabe funcionar sin etiquetas. Yo no sé qué nombre le pondría, lo que sí sé es que tu relato me lo ha recordado en todo momento: por su aceptación de lo que sucede aun sin comprenderlo, por recibir un palo tras otro y mantenerse en pie (el palo amoroso ya es otro cantar, como para todos) y porque he tenido que releerlo para poder captar todos los matices, que son muchos. Grandísima caracterización la de Hero, lo pondría como ejemplo de buen hacer para evitar que un personaje sea plano en los cursos de escritura creativa. Enhorabuena, me ha encantado de principio a fin. Un abrazo.

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    1. Muchas gracias Enrique, máxime cuando ya te he leído cosas muy buenas (he estado esperando a que pase la vorágine del concurso para ir pasando por todos vuestros relatos, no participo y por tanto no quiero influir con mis comentarios), y eso para mí le concede aún más valor a tus palabras. Llevo tiempo trabajando en la caracterización de personajes recurriendo a tratar de no basarla en descripciones, sino a través de las propias acciones del personaje. No tengo nada en contra de las descripciones, pero tendemos a abusar de ellas, y es bueno a veces privarse de algo para poder aprender a dosificarlo. Para el caso, abordar el personaje como si se tratara de un guion cinematográfico, donde no caben descripciones en el propio texto del relato, y tratar de darle carácter con esa limitación. Al fin y al cabo, caracterización deriva de carácter, y no tiene tanto que ver con el aspecto físico. Como muestra, hay unos párrafos maravillosos en «El gran Gastby» donde Scott Fitzgerald caracteriza a toda una serie de personajes que acuden a una fiesta citando únicamente sus nombres y apellidos: solo con este recurso al que a veces no damos importancia consigue definirlos e imprimirles carácter. Obviamente Fitzgerald tiene una mano magistral, pero hay que saber aprender de los grandes.

      Te agradezco mucho tus palabras, en breve pasaré a disfrutar de tu relato. Un gran abrazo.

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  6. Qué buen relato, Isra, y qué bien has atrapado el espíritu de la novela de Kafka con tu personaje y la situación en que lo colocas. Una alegoría de su fragilidad y su indefensión frente a algo que no comprende y contra lo que no se rebela. Me ha gustado mucho el tono, la forma de mostrar la soledad del protagonista, su desamparo y esa indiferencia final a que lo lleva el desengaño de un amor que aún no se había atrevido a confesar. Una metamorfosis interior demoledora. Gran historia. Enhorabuena.

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    1. Mil gracias Marta, como acabo de responder solo me de dejado llevar, creo que hay mucho más en Kafka que debería haber tenido en cuenta. Pero sí quería reivindicar. Muchos tachan a Kafka de surrealista y, con esa simplificación, le niegan quizás lo mejor. Hay mucho más que un tipo que se despierta y se da cuenta de que es una cucaracha: eso es solo un instrumento, un accesorio para desarrollar una historia enorme, distinta, increíblemente sórdida y creativa. A desprecio de los resortes habituales del oficio, procurar la emoción, Aristóteles, todo eso, Kafka crea desde la nada, se toma libertades escandalosas, escribe un obrón. Si Joyce le dedica un capítulo a cada género en su Ulises, y lo borda, Kafka reniega de todos esos pilares y construye una historia revolucionaria y radical que, sin embargo, se sostiene… ¡a base de oficio!

      Hay que Leer a Kafka, como hay que Leer el Quijote o Leer a los grandes de la literatura: con el entendimiento, no con la vista.

      Un gran abrazo!!

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  7. Hola, Isra.

    Un relato lleno de curiosidades, como ese increíble cuadro del título.
    Me alegra que no lo acortaras. No le sobra ni una palabra.

    No deja de ser interesante dotar al protagonista de ciertos TOC que le hacen su vida sistemática y, para cualquiera, monótona; pero que a él le da seguridad y confianza. Tal vez, ahí radica la crudeza del cambio. La transformación de su vida le hace adaptarse con una pasmosa afabilidad, difícil para cualquier otra persona.

    Sin embargo, lo más traumático y lo que le hace abandonarlo todo es la fractura emocional. Al sentir perdido el amor de su vida, no le importa incluso pisar escalones prohibidos. El corazón dañado se impone a todos los cambios mentales. ¡Ay, el amor!

    Hay otras reflexiones interesantes, como la adopción de los okupas como una familia, para paliar su soledad; la sustitución de los problemas que le reportan esa nueva vida familiar dejándose absorber por el trabajo; la pérdida de la rutina que le hace perder confianza y hasta espacio; la perniciosa explotación sexual femenina, para conseguir objetivos; la dificultad para poder disfrutar de un espacio para vivir, más allá de especuladores y un sistema sinvergüenza; la pérdida de esas pequeñas pertenencias, física y emocionales, que van dejando nuestra vida llena de cicatrices.

    No deja de ser una grandísima metáfora de lo que nos puede pasar en distintas etapas de nuestra vida.

    El final deja en el aire el destino de Hero. Volviendo a su sistemático TOC, intenta recuperar su vida al ritmo del 2×2.

    Genial, Isra. Una historia para releer e ir sacándole mucha enjundia.

    Abrazo grande.

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    1. Mi querido Jose, siempre ves en mis historias profundidades en las que yo mismo no había reparado. Te confieso que, en realidad, me he dejado llevar por Kafka, mejor dicho, por la sensación que a mi me deja Kafka. Necesitaba un personaje profundamente pragmático y, como quería alejarme de lo fantástico y surrealista, recurrí a esa mentalidad que es capaz de renunciar a todo por proteger eso que llaman ahora su zona de confort, y que toda la vida ha sido conocerse y ser fiel a uno mismo. Si eso es un trastorno obsesivo compulsivo, bienvenido sea. Mi pobre jHEROnimus se aferra a sus números porque es lo único a lo que encuentra sentido entre todo lo que le rodea, y con esa última palabra, «ocho», he querido cerrar ese final que parece abierto: lo demás no importa, el no ha perdido la cuenta, y vuelve a lo suyo.

      Un gran abrazo, trataré de encontrar tiempo para vaderetar un poco este mes…!!

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  8. Pobre Hero, sí que el mundo se le vino encima sin cómo ni porqué, como a la mayoría de los humanos en esta tierra. Comprendo que no quisieras recortarlo y sacrificar partes al concurso, y me alegro de haber podido leerlo completo. Por las dudas, ya que wordpress me tiene a las vueltas, soy Juana. Un abrazo

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    1. Muchas gracias, Juana. No sé como habría quedado de haberlo reducido a 900 palabras, como suelo hacer, pero creo que esta vez habría empeorado en vez de mejorar. En la anterior ocasión quité más de la cuenta, o no lo supe resolver bien, y me dije a mi mismo que era más importante el relato, que me tenía que gustar a mi, y que eso tenia que saber ponerlo por encima de otras consideraciones.

      Fue un impulso liberador.

      Un abrazo!!

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  9. El lector hace tremendos esfuerzos para pensar que eso no puede pasarle a él. Al pobre Hero ( que no va a hacer honor a su no.bre) le llueve mierda por todos lados. Además empieza en desventaja, con un ya avanzado Toc que no hace más wue progresar a medida que le caen las hostias. Le ocupan la casa y le hacen el favor dejarle vivir pagando más de lo que pagaba cuando era suyo, su amor de enrrolla con su jefe para ascender, y psrece tener pretensiones mayores.

    Por último le okupan la mitad de su habitación y le hacen pagar los servicios. Al final baja los brazos y ya ni du toc le salva.

    La metamorfosis se producirá después del final porwie los motivos ya se produjeron sntes.

    La rendición del individuo es manifiesta, snte unas circunstancias que primero no puede controlar y que al finsl no puede soportar.

    La situación kafkiana que todos conocemos ( la incomprensión de la abrumadora realidad) debe culminar con la rendicion del individuo para reflejar el espíritu de sus escritos ( que los leí hace mucho, pero es la enseñanza que me quedo msrcada)

    Lástima que te hayas pasado, comprendo lo que jode recortar y la imposibilidad cuando la mutilación es incompatible con la vida

    AbrZooo

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    1. Abrazo también para ti, y muchas gracias por tu comentario. Te confieso que había decidido liberarme de amputar antes de empezarlo: me apetecia experimentar con ese otro lado de este asunto. Te he leído en otro comentario algo que también pienso: no es lo mismo surrealista que kafkiano. De hecho, no hay nada surrealista en mi relato salvo el cuadro que le da titulo, germen del surrealismo, de hecho, surrealismo sin carga ideológica, y quizás por eso lo prefiero.
      Me atraía más la alienación y, sobre todo, la ausencia de argumentos. Kafka en ningún momento se plantea, ni se lo plantea al lector, por qué Samsa amanece cucaracha. Eso no importa, simplemente es asi. Mi personaje lo acepta todo sin cuestionarse un porqué, solo acepta o soporta, como bien comentas. De hecho, ni siquiera reacciona. Se ve completamente alienado y termina, como citas, rendido. Quería eso de Samsa, no lo fantástico.

      Muy buen tino, amigo mio. Y no lamento haberme pasado, al contrario, es mucho más gratificante leer tu comentario. ¡No se esta tan mal en la parte de abajo!

      De nuevo, un gran abrazo.

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