32511


Ezra me confesó una vez que nunca había tenido talento para las artes. El profesor Schmidt le habló a su padre en la sinagoga, preocupado por su pésima caligrafía y, al día siguiente, solo un día más tarde, éste ya le había regalado una hermosa caja repleta de pinceles, acuarelas y carboncillos. Ezra escondió la caja en la yeshivá y se encargó de ir vendiendo poco a poco todos aquellos útiles a sus compañeros. El dinero que obtuvo pronto le alcanzó para regalarle una pluma a Schmidt, y así fue como —eso me dijo— su padre le inició en el mundo de los negocios.

Aún lo recuerdo apoyado en aquella pared del barracón, con la cabeza baja y su mirada cetrina escrutando las filas según los hacían bajar del tren. Ya podían ser húngaros, austríacos, judíos o gentiles, ya podía tratarse de hombres o mujeres, de viejos o de niños, que Ezra los iba ojeando a todos, uno por uno, sin dejarse a nadie atrás. Aquel hombre de maneras reservadas y aspecto desastrado tenía la capacidad de analizar, catalogar y clasificar a un sujeto en menos tiempo del que se tarda en parpadear. De vez en cuando, algún engranaje encajaba en su interior, y entonces él te señalaba al tipo y te entregaba un papelito con un número. No mediaba más explicación: Todos sabíamos lo que teníamos que hacer.

Cuando señaló a Helga aquella mañana y me entregó el papelito con el número 32511 anotado no tuve mucho que pensar: me aparté de su lado, dejándole mi puesto a Hans, y comencé a seguir la fila de lejos. No había duda, nunca la había con Ezra: Los conducían a la cámara de gas. No les quitaron las pertenencias, ni siquiera los contaron o los marcaron. Sabíamos que los nazis no se molestaban en contabilizar a los que iban directos al exterminio, y aquella era nuestra oportunidad. Ahora todo consistía en encontrar el momento, esperar oculto a que aquellos desgraciados se desperdigaran en el espacio entre los barracones y aprovechar algún descuido de los vigilantes para hacerme con ella.

No fue complicado. Ni agradable. La pequeña fiera me mordió mientras le tapaba la boca para que no gritara, pero yo no aflojé y la obligué a rodar por el suelo hasta meternos debajo del barracón. Traté de calmarla, pero no parecía entender mi idioma. Forcejeó. Pude ver la rabia empañando sus ojos. Aunque me sangraba la mano, ya no podía aflojar la mordaza. Solo había una forma de hacer que comprendiera: esperar.

Aprisionada entre mi cuerpo y el suelo, hice que viera como introducían a empujones a todos sus compañeros de viaje en aquel siniestro barracón sin ventanas. Ella no dejaba de resistirse. Al cabo de pocos minutos, vimos como entraban también allí unos hombres harapientos y esqueléticos empujando carretillas de madera. Poco a poco fueron sacando de allí todos los cuerpos.

A un gesto mío, ella asintió con la cabeza y pude finalmente quitarle la mano de la boca. Lo demás sería ya más fácil. Siempre lo era. Creo que cuando has visto la muerte tan de cerca aprecias la vida de una forma distinta. No sé, lo ves todo distinto, le das otro valor. Incluso en un sitio como este donde el horror es algo tan cotidiano, saber que te queda un día más, que vas a vivir unos minutos más… eso te hace capaz de cualquier cosa. Está en nuestra naturaleza. Y el viejo Ezra contaba con aprovechar bien ese impulso, ese deseo que sobrepuja a cualquier desdicha, ese afán último por sobrevivir. Ahora pienso que tal vez era ese instinto y no otra cosa lo que parecía buscar entre toda aquella pobre gente.

—¿Es la 32511?

Nunca supe por qué nos daba aquellos papeles. De cualquier manera, él llevaba todos esos números grabados en su cabeza. Puede que no confiara del todo en su memoria, aunque nunca supe que le fallara. O puede que tan solo le gustara alardear un poco de sus capacidades, aunque, no sé, eso no era muy propio de él.

—Hay un problema, Ezra. No habla alemán.

—No tenemos tiempo para eso. Sujétala firme en la silla y trata por todos los medios de evitar que grite.

Helga comprobó con terror cómo Ezra sacaba su máquina de la bolsa de tela, cómo ajustaba con mano experta las decenas de agujas y acto seguido se la clavaba en el brazo sin ningún miramiento.

—Es mejor así, hija, el dolor es el mismo, pero al menos te he ahorrado un poco de angustia.

No apartó la mirada de su brazo mientras le hablaba. Ezra nunca les miraba a los ojos. Poco después espolvoreó un poco de tinta verde sobre los números sanguinolentos que acababa de marcar en su antebrazo, esperó un minuto y limpió la sangre con un trapo. Comprobó el resultado satisfecho y se volvió hacia mí mientras limpiaba y guardaba con esmero su máquina de tatuar.

—Busca a Wolfgang, o mejor a Harim, si, es mejor Harim, también habla húngaro. Haced que esta joven lleve tapado ese brazo durante unos días y haced que entienda que a partir de ahora ella se llama Inge Bunham, que nació en Viena, que duerme en el barracón 12, segunda al fondo izquierda, tercera litera desde abajo y que no tiene familia aquí. ¡Procura memorizarlo todo bien! Que comprenda que ese número que le hemos dado pertenecía a una chica como ella y, sobre todo, que sea bien consciente de que ese tatuaje es su segunda oportunidad en este mundo, y que su vida y la nuestra depende de que nadie, nunca, descubra nada de esto, ¿has entendido?

Le gustaba darnos aquel sermón. Lo repetía cada vez que le tatuaba una nueva vida en su brazo a cualquiera de estos desgraciados. Siempre la misma arenga, palabra por palabra, como si no la hubiéramos oído cientos de veces. Como si no hubiéramos salvado ya de la cámara de gas a todas esas personas que ahora malvivían, como nosotros, con el estigma de ese tatuaje que distinguía a los afortunados que había que dejar morir de los desgraciados a los que había que matar. Como si no supiéramos bien que gracias a ese mecanismo de relojería que tenía por cerebro, desde que los nazis le obligaron a ser el tatuador de Treblinka, cada vez que moría un prisionero y lográbamos ocultar su cuerpo en cualquier fosa común, Ezra clasificaba su número, lo comparaba con los miles que ya había tatuado durante todos aquellos meses, lo completaba con la información de los registros de los vigilantes que había logrado memorizar a escondidas y entonces lo guardaba junto a todos los que ya atesoraba en su prodigiosa memoria, números salvadores que estaban en permanente espera de ver bajar de alguno de aquellos trenes a una persona que se ajustara a las características de su antiguo dueño y que pudiera volver a llevarlo marcado en su brazo sin que los nazis pudieran percibir el engaño.

Ezra había ideado el sistema, Ezra había organizado nuestro pequeño grupo y guardaba en su cabeza toda la información que tanto necesitábamos, pero esta responsabilidad no era su carga más pesada, sino aquella otra de tener que decidir, como un pequeño dios caprichoso, quien podía salvarse y cuántos otros no. Yo no alcanzo a imaginar la cantidad de caras que pudieron desfilar ante su mirada, mientras estaba apoyado en aquella pared de la maldita estación, ni cuantas de ellas le habían podido inspirar compasión o quizás atormentarlo de impotencia y remordimiento, por solo unas pocas, muy pocas, para las que él lograba encontrar un número y una nueva vida.

No, no hacía falta aquel sermón. Todos en nuestra pequeña red podríamos recitar de corrido aquellas mismas palabras, y todos podíamos comprender lo que significaban cada una de ellas. Porque eran nuestro catecismo, nuestro juramento, la promesa que hacíamos al recibir nuestro tatuaje salvador. Porque esas palabras constituían el hilo secreto que sostenía toda nuestra delicada tela de araña, y así fue hasta el mismo instante en que Helga se zafó de mi presa, saltó de la silla, se puso a gritar y todo saltó por los aires.

Nunca supimos si ella era una espía colocada en aquella fila por los nazis o si tan solo se trataba de una joven aterrorizada que no comprendía nada de lo que le decían y ya no pudo soportar más dolor y más amargura. Pero sus gritos fueron tan desgarradores que los guardias entraron en nuestro barracón apuntándonos con sus armas sin darnos tiempo siquiera a levantar los brazos. Aunque ella apenas logró hacerse entender, aquellos números recién tatuados en su antebrazo que mostraba una y otra vez a los nazis no dejaban ninguna duda sobre la verdadera naturaleza de nuestras actividades. A Helga se la llevaron a alguna parte y a Ezra y a mí nos encerraron en una celda de castigo.

Creo que fue entonces noche cuando me contó la historia de su caja de pinturas. Si, fue aquella noche, la última vez que hablamos, en el silencio ominoso de aquella pocilga húmeda y oscura, mientras el bueno de Ezra, inasequible al desaliento, se esforzaba en hacerme memorizar algunas decenas de números de cinco cifras.

21 Comentarios

  1. muy buen relato, Isra
    Lo que mas me gusto fue la frase esa que distingue entre matarlos o dejarlos morir, que parece lo mismo, pero no lo es; todo depende si el dia de la liberacion aun no habias muerto.
    Tambien es muy interesante le dilema que se le plantea a Ezra, al elegir salvar a uno y «matar» a otro. Y si despues de un elegido con unos determinados rasgos, aparecia otro con los rasgos mas parecidos aun; y si los pillaban por es imperfeccion…
    Siempre que el borde el precipicio es la muerte se plantean dilemas irresolubles.
    Buen final, acaba mal pero esta bien construido y argumentado.
    No me gustan los finales abiertos , asi que creo que la chica se asustó; no creo que tuvieran espias en los campos; ante la duda o la sospecha…
    veo que tienes una obsesion con las maquinas nazis😜
    abrazoo

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  2. Muy bien narrado Isra. Nos logras meter en el relato, nos haces creer que todo irá bien en medio de aquel horror y luego cambias el ritmo para ese final tan terrible. Todo lo del holocausto debo decirte, me impresiona mucho. Leí la Lista de Schindler y también vi la película, hojee el libro de «Los Hornos de Hitler» y debo decirte que después de ello evito el tema porque algo remueve en mí, hasta he pensado si no soy una judía reencarnada jajaja. Pero bueno, tu relato es buenísimo. Felicidades.

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    1. Muchas gracias, Ana. No huyas de eso que remueven en ti este tipo de asuntos, porque eso es la esencia de nuestra humanidad. Llámalo empatia, compasión o impotencia, sentir eso es lo que nos hace ser buenas personas.
      En cuanto al relato en si, me hace ilusión, me noto mejoras al escribir. Ahora tengo la percepcion de que no estoy estancado, y hasta aquí el comentario, ahora a plantearme el próximo reto, quiero empezar a idear tramas mas extensas y complejas; quiero madurar por ese camino.
      Un abrazo.
      Ah, tu relato es muy bueno: tiene ese punto de profundidad. Explora ese camino, Ana, ponte en mas dificultades, pon tu listón mas alto del de quienes te leemos y ¡no te conformes nunca!

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  3. Hola Isra.
    Debo decir que recibí el aviso de tu relato anteayer y cuando empecé a leerlo, vi de qué iba, leí que tú mismo decías que era duro y conociendo tu forma de deslumbrarnos, decidí que tenía que respirar profundo antes de meterme en el relato. El tema del Holocausto y los campos de concentración me impactan mucho, tocan donde mas me duele.
    Esta mañana, con ánimos renovados y un paquete de Kleenex, lo he leído y sufrido. Ahora acabo de hacerlo otra vez. Y te cuento todo esto porque es mi forma de decirte que, una vez mas, me has metido en el tema, lo he vivido, lo he llorado. Tus personajes me han robado el corazón, tus palabras, cada una de tus palabras no podrían estar en otro lugar, nos vas desvelando detalles de a poco, nos metes el miedo en el cuerpo, nos haces imaginar el después. Y no quieres pensarlo siquiera.
    No soy capaz de diseccionar técnicas, sólo quería que supieras… ¿cómo decirlo?… Como diría Jose, !lamarequeteparió».
    Un abrazo grande.

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    1. Creo que las personas afectadas de forma directa o indirecta por este tipo de atrocidades tienen derecho al olvido, por más que esto sea imposible. Pero la humanidad en su conjunto tiene la obligación de recordarlas, porque solo asi conservaremos la esperanza de que nunca jamás se repitan.

      He tratado de ser respetuoso en mi escrito. Huyendo de lo macabro, de usos partidistas o tendenciosos, intentando poner el foto en la dimensión humana de los acontecimientos. Siendo pura ficción, mi relato tiene un sustento que lo ata a la historia, y eso obligaba a no formar juicios, a no caer en el maniqueismo o en la reinvencion de los hechos historicos.

      He procurado la emoción, no la razón. Siento que esto haya terminado tocando fibras, pero creo sinceramente que asomarse a este tipo de horrores es una catarsis necesaria, incluso sanadora, porque también es una muestra de admiración y respeto a todos esos pequeños heroes desconocidos a los que nadie, nunca, les hará una película o le escribirá una biografia. Pero están representados en las palabras de Ana Frank o en los fotogramas de Spielberg, viven por ellos en la memoria colectiva de esta sociedad.
      Somos el resultado de su sacrificio, que no fue en vano. Merecen nuestro recuerdo y que si alguien tiene un poquito de talento los considere, también, entre los motivos que le hacen escribir.
      Un gran abrazo, con todo mi cariño y comprensión, querida amiga mia.

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      1. Buenas noches, Isra.
        Pues yo no siento, en absoluto, que tu relato nos toque la fibra sensible. También es una forma de recordar lo que pasó y a quienes vivieron ese horror, también es una forma de seguir diciendo «Nunca más». Y también es, de alguna manera, un homenaje a quienes en la peor situación que uno puede imaginar, logran dejarnos la enseñanza de que el ser humano puede elegir y, recurriendo a sus valores, sus convicciones y a su valentía, puede ser un héroe anónimo para otro ser humano. Desde luego, su sacrificio no fue en vano y es nuestro deber recordarlos.
        Un gran abrazo, Amigo.

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  4. Vale, estoy de vuelta.
    (te juro que no es uno de mis cachondeos, he tenido que tragar bastante saliva antes de sacar estas palabras).
    Sí, ya sé que advertiste que sería duro; pero has tocado uno de mis temas tabú, amigo. Las historias del Holocausto son tremendas y no puedo leerlas sin sentirlas. ¡Qué haya malnacidos que ahora quieran negar la existencia de estos terroríficos acontecimientos, dice mucho de la patulea sinsentido de vocingleros anónimos que nos rodea!
    Además, tienes el talento, el arte y la capacidad de conseguir meternos en la historia. Sí, es bueno, muy bueno, ¡buenísimo! Porque eres un narrador excelso, colega. Controlas el ritmo, controlas la información que vas dando, controlas el sentimiento que vas contagiando, lo controlas todo. Sabes dosificar las palabras para que vayan impactando como pequeñas flechas que se te van clavando en el corazón y en la mente.
    Y, por supuesto, creas personajes con una entidad arrebatadora. De esos con los que congenias desde que empiezas a conocerlo y luego crees conocer de toda la vida.
    Aquí, además, haces que conozcamos al protagonista desde el punto de vista de otro personaje. Creo que otro de «sus salvados». Eso lo engrandece todavía más y nos muestra la impresionante grandeza de su persona y sus propósitos.
    Sé, supongo, creo, que es un relato inventado; pero totalmente posible. Por muchas historias que nos cuenten de esos terribles sucesos, siempre aparecerán más. Hechos heroicos de superhéroes involuntarios. Gentes que solo querían sobrevivir a los monstruos que se otorgaron el poder de decidir sobre la vida de los demás. Gente que, en muchos casos, más que salvar sus propias vidas, se propusieron salvar la de sus congéneres. Hermanos de sufrimiento y muerte. ¡Qué valientes y fuertes de corazón tienen que ser, mecagoendiez!
    El final te deja en shock, por supuesto, pero aquí buscas el máximo realismo, y pocos lograron perdurar más allá a los pocos que consiguieron salvar. Como bien dices en el texto, «saber que te queda un día más, que vas a vivir unos minutos más… eso te hace capaz de cualquier cosa».
    Felicidades, amigo mío. Un aplauso o un sombrerazo sería demasiado poco premio. Creo que tus propias alabanzas hacia este texto, dice más del trabajazo que has hecho de lo que yo pueda decir.
    Comentas en el Acervo que tu prioridad es escribir: ¿esto quiere decir que sigues en tu empeño de regalarnos tu primera novela? Espero que sí, porque arte, creatividad, imaginación, talento y lo que se te ponga entre ceja en ceja, tienes a raudales. Espero que no te olvides de avisarme en cuanto ese proyecto tenga forma.
    Muchísimas gracias, Isra. Presentar esta maravilla al VadeReto es un regalo grandísimo.
    Siempre en deuda contigo, amigo.
    Un abrazo tan grande como tu talento.
    PD. Sí, al final se me va la olla con el comentario y casi es más extenso que el relato; pero cuando empiezo a escribir desde el corazón… Además, hay tanto que sentir sobre este relato.

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    1. Empiezo por el abrazo, que es lo importante, y te voy comentando.

      No es una historia real, pero se inspira en hechos reales: cuando me vino la idea, buscando el sistema que utilizaban para tatuar esos números me encontré con la historia de un prosionero obligado a hacer de tatuador en Auschwitz, un hombre que gracias a los privilegios del «cargo» montó una red para introducir comida del mercado negro en el campo que después repartía entre los demas prisioneros. No quise saber más, ya tenia mi historia y sobre todo el eje sobre el que montar un argumento: falsear los números para salvar vidas.

      Es cierto también que solo tatuaban a los prisioneros, nunca a los que iban directos al exterminio… y esa era la clave sobre la que se sostiene el argumento.

      El personaje nació solo. En este tipo de historias de personas ordinarias en situaciones extremas, trato de ahondar en la condición humana: ¿qué convierte a una persona normal en un héroe? ¿Un acto irracional? ¿Una decisión en un momento crítico? Puede que si, pero tiene que haber algo más: creencias, condición personal, principios… no lo sé, pero si se que eso, sea lo que sea, vive dentro de cualquiera. La única diferencia, lo que hace que algunos den un paso adelante, es su integridad.

      ¿Como darle carácter?¿Como hacerlo humano? Pues con una sola frase, que pesa más que toda la caracterización y que todos sus actos, una frase que pasa realmente desapercibida pero es la piedra angular: Nunca les mira a los ojos. Ahi se resume toda su humanidad, su lucha interior, su condición humana. La construcción de este relato ha consistido básicamente en procurar el momento justo y la circunstancia adecuada donde dejar esa frase.

      El resto… bueno, voy mejorando, ¡solo he tenido que reescribirlo cuatro veces!🤣🤣🤣

      Escribir es la prioridad. Porque no solo es una afición, es una necesidad. Me devuelve el equilibrio. Creo que estoy cerca de ese momento en el que podré embarcarme en una historia con más entidad; supondrá sacrificios, pero creo que merecerá la pena. Y tu serás parte de ello, porque fuiste parte importante en hacer que recuperara la motivación.

      Y por supuesto muchas gracias por acogerme, como siempre, y por tus palabras que aunque me parecen desproporcionadas me sirven de estimulo y acicate para seguir tratando de aprender este maravilloso oficio.

      Otro abrazo, pisha!!!

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      1. Las palabras nunca son desproporcionadas cuando nacen del sentimiento que provoca tu relato.

        Sí, están dichas en caliente, bueno, en templado, contando el tiempo que tardé en poder comentar.
        Y, sí, también, te las dice un amigo que aprecia tu ilusión, tus ganas de escribir, y el empeño en hacerlo lo mejor posible.

        A mí me da igual que lo que leo lo haya escrito un profesional bestseller o un amigo que me regala una historia contada desde la humildad del que está aprendiendo; lo que me importa es lo que me hace sentir, cómo me llega al interior y lo que esas letras se me quedan en el coco dándole vueltas.

        Así que, ¡¡¡no te quites mérito, pisha!!! 😜😝

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  5. Campos de concentracion!!, SI es un tema oscuro, horrorizante, pero que aqui con el tema del tatuaje nos das un relato magistral, ciertamente los guardias de esos campos eran gente de temer, por lo menos el maestro tatuador hizo un gran oficio. Es posible que los guardias lo hayan torturado para sacarle exactamente todos los «numeros» que el salvo. De ese modo tambien iran cazandolos uno a uno. Si, hay un terror siniestro en esos lugares. Bien contado y me alegra que lo compartieras, me quito el sombrero, porque los relatos historicos, me hacen alucinar. Y si son de campos de concentracion con SS incluidos…. vaya viajo mentalmente a la escena.

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