La venganza del corrector ortográfico.


A mediados del siglo XXI las personas que escribían con corrección casi habían desaparecido de las redes sociales. Perseguidos, humillados e ignorados por todos, en pocos años pasaron de ser sencillamente impopulares a la práctica extinción. La sociedad moderna los fue aislando y expulsando de sus canales de comunicación más populares. Pero ellos, los puristas, siguieron existiendo en la sombra, refugiados en las catacumbas de la infranet. Allí, organizados en grupos pequeños pero compactos, continuaron con su batalla para mantener la pureza del idioma. Una lucha de pocos contra todos. Una guerra que estaba perdida incluso antes de declararse.

Margie se sentó de nuevo en el banco de madera, junto a los olivos. Empezó a manipular su teléfono móvil para pasar desapercibida, aunque su mirada estaba fija en la enorme puerta de cristal del edificio por la que ya debería haber salido Albert. Su tardanza era un buen presagio; de haberle rechazado, habría vuelto a los pocos minutos. Consultó en su móvil el último mensaje que le había enviado, en el que con mucho esfuerzo le había escrito «haber si tnes suerte«. Le repugnaba tener que hacer ese tipo de cosas, pero era un mal necesario, una impostura a la que se habían tenido que acostumbrar para no ser detectados.

Se levantó y se puso a caminar de nuevo, y entonces le vio salir del edificio y acercarse a ella.

-¡Ya está, Margie! ¡Empiezo mañana!

Se alegró por él. Entrar a formar parte de la sección de Renovación Ortográfica de un gigante de las redes sociales como facesapp no era nada sencillo; el sueldo era muy alto, las condiciones eran envidiables y las posibilidades de promoción bastante prometedoras. Pero sobre todo se alegró por el grupo: RO estaba a un paso de VR (Vigilancia y Reprobación), donde se ejercía el control sobre las formas de expresión de los usuarios. El lugar donde el grupo llevaba años planeando su acción más radical.

Aquella misma noche convocaron una reunión extraordinaria. Margie se preparó, como tenía por costumbre: a solas, en su habitación, encendió su viejo ordenador portátil y cargó el Vulgapp, el programa encriptador que eliminaba tildes y haches, abreviaba palabras e introducía emoticonos y faltas de ortografía de manera aleatoria, sin el que les hubiera sido imposible comunicarse sin ser detectados. Los Puristas tenían la sospecha de que incluso los viejos chats del IRC que seguían activos en algunos servidores de la infranet estaban intervenidos. Pasados un par de minutos empezaron a aparecer en la pantalla los mensajes de texto de los otros miembros, debidamente recompuestos por el Vulgapp que también se encargaba de desencriptar los mensajes.

La conversación no fue muy extensa; en realidad el plan estaba acordado desde hacia bastante tiempo, los fines estaban claros y los medios estaban dispuestos: tan solo hacía falta tener a alguien dentro. Ahora solo quedaba esperar a que Albert consiguiera acceder a VR para ponerlo todo en marcha.

Cuatro días más tarde, Margie recibió con satisfacción un esperado mensaje de Albert.

-¿Kedams dde siempre?

No tuvo necesidad de responder. Salió a la calle y empezó a caminar por las aceras, sin rumbo fijo. Observó a la gente a su paso. En principio todo era normal. A nadie le molestaba que le miraran porque todos caminaban pendientes de sus móviles, de sus relojes inteligentes y de toda la variedad de gadgets y prendas de vestir que utilizaban para conectarse a las redes. No les importaba expresar sus emociones, tal vez porque nadie se fijaba en nadie, o puede que fuera porque de alguna manera se habían vuelto como los emoticonos que tanto utilizaban, esos tristes símbolos herederos de los dos puntos – paréntesis que en la actualidad eran el verdadero paradigma de la comunicación no verbal.

Vio a una niña llorar junto a una esquina. Lloraba con desesperación, como si se hubiera quedado sin conexión a las redes, y gritaba «no puede ser», «Ahora no, por favor». A su espalda un hombre empezó a protestar, sin dejar de mirar su reloj, y se puso a teclear en él con el dedo con tanta energía y nerviosismo que la gente se apartaba de su lado. Otra mujer empezó a gritar de rabia e impotencia a su lado, y un joven más allá golpeaba sin cesar el maldito móvil que se negaba a funcionar. Margie alzó la mirada y se dio cuenta de que casi todos los que caminaban por la calle se paraban, manipulaban con desesperación sus aparatos y después gritaban y maldecían.

El plan había empezado a funcionar.

Se metió en un bar y probó a escribir en su móvil, para comprobar por sí misma como funcionaba el asunto: nunca pensó que pudiera ser tan eficaz, y de efectos tan radicales. Tras probar a escribir varias frases no notó nada extraño y, sin embargo, esa fue la mejor prueba posible de su efectividad. Solo entonces tuvo la seguridad de que el plan iba a ser un completo éxito y entonces, llevada por su entusiasmo, quiso confirmárselo a Albert. Y quiso hacerlo bien, a lo grande. La ocasión lo merecía.

Se ocultó en el aseo del bar para hacerle una llamada, como se hacía antiguamente, aunque después de los últimos acontecimientos esa olvidada costumbre tal vez se volviera a poner de moda.

 

 

5 Comentarios

  1. Un relato muy probable… siento vergüenza ajena al ver algunos escritos, sobre todo de nuestros jóvenes. No es que yo me considere perfecta en ese aspecto, ni mucho menos, pero intento hacerlo bien, soy de la vieja escuela en los que las faltas de ortografía se sancionaban aún más que no saber hacer una ecuación y eso se queda grabado en la cabeza para siempre. Además, es que me parece precioso escribir bien, entiendo que contar una historia a todos no se nos da igual de bien, pero todos podemos intentar que lo que escribimos esté correctamente escrito.
    Soy tan antigua que hasta para escribir un mensaje, no olvido ni una coma…
    Un abrazo, Israel, me alegra verte por aquí, aunque yo también ando bastante ausente.

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    1. Yo también me alegro mucho de saber de ti! Vaya otro abrazo!
      En cuanto a las faltas, una cosa es cometerlas por descuido o desconocimiento, y de eso me confieso culpable, y otra cometerlas por sistema, a sabiendas. No porque la persona tenga interés en ello, sino porque estos medios están imponiendo (o consintiendo que es más o menos lo mismo) un paradigma en la comunicación que no solo no cuida del lenguaje, sino que penaliza su buen uso.

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