Cuento: Mi pequeña estrella.


Salí a la terraza a saludar a Orión como tantas noches. Me cautiva ese curioso conjunto de estrellas que a veces imagino como un curioso reloj, otras como una divertida orgía de triángulos o, cuando me puede la razón, tan sólo como una extraña geometría aplastada por ojos distantes que le roban una dimensión a los cielos. No son más que ideas fugaces soñadas en lo que dura un cigarrillo, pequeñas locuras que sobreviven hasta que el frío o las obligaciones me hacen volver a encerrarme en casa.

Pero ese día la estrella del centro hizo algo extraño. Se movió sin otra explicación. No se trataba de un avión, ni de una estrella fugaz, ni de nada que pudiera explicar la lógica. Crecía poco a poco. No podía dejar de mirarla.

Pronto se hizo grande y luminosa hasta ensombrecer toda la constelación. Ya no paraba de aumentar, como si se acercara a mí, como si estuviera cayendo del cielo, y yo allí tan solo. Tal era su luz que casi me quemaba ya la vista cuando vino mansa y ligera a recostarse en la palma de mi mano.

El miedo me enterró los ojos. Esperé su tacto con horror pero no quemaba, no, ¡estaba fría! Los perros del vecino no paraban de ladrar. La pequeña bolita blanca proyectaba desde mi mano haces infinitos y sombras tajantes a todo mi alrededor. La veía incluso a través de mis párpados. Sentía el silencio de su claridad imposible. Rozaba con la razón de mis dedos su materia en fusión imposible, átomos asustados que habían buscado cobijo entre mis manos.

Y mientras mi mente se inundaba de preguntas las huérfanas de Orión empezaron también a crecer. Mi estrella se redujo un poco más, titiló y moderó su fulgor. Se estaban acercando. Pronto vendrían a buscarla. No se cómo, pero lo supe: Tenía que ocultarla, sí, tenía que protegerla. Cerré las manos en torno a ella, tapando con esmero cada minúscula rendija, y la acogí en mi pecho para que su luz no nos delatara.

Justo a tiempo, porque la constelación al completo estaba ya tan cerca que se hizo el mediodía en todo el barrio. Pronto llegaron, juntas, estrictas en distancias y ángulos, precisas en todos sus movimientos, y unidas coordinaron su estricto dibujo a todo mi alrededor. Casi podía llegar a tocarlas, ¡y quería! Pero no podía, no sin traicionar a mi pobre estrella.

Giré para poder contemplarlas mejor y ellas giraron conmigo. Me agaché y bajaron. Me puse en pié y ellas se alzaron a su vez. Hiciera lo que hiciera aquellos pequeños soles obedientes ejecutaban en pasos perfectos el ballet que mantenía su geometría inexorable a mi alrededor. Me sentí el centro de Orión, patrón de su destino, dueño de su orden. ¡Que ilusión mas absurda! Yo solo ocultaba su centro y ellas se limitaban a seguirlo. Había podido más la costumbre de millones de años conviviendo en matemática armonía que el desprecio por esa compañera díscola que las había abandonado.

Miré por fin a mi estrella traviesa, pequeño lucero aburrido que se había bajado a jugar conmigo, y pensé en palabras de despedida que no pude llegar a pronunciar. No hizo falta: abrí las manos y ella se quedó ante mí, suspendida en ese precioso momento. No, no hizo falta. Todas giraron al unísono, tal vez para orientarse, acaso solo para mi, y comenzaron a elevarse ligeras, como una celestial lámpara de araña, para volver a su lugar remoto en el universo.

 

 

 

 

33 Comentarios

  1. El tema es muy poética, y no en vano. Hay una canción de un cantautor ruso con palabras «Se cayó una estrella a mi palma», y se trata de una estrella capaz de cumplir los buenos deseos como conseguir la paz y amor y todo eso, pero en tu caso muestra algo contrario con ganas de protegerla. Muy tierno. Ya sabes que también me gusta mirar al cielo nocturno, ahora tengo ganas de distinguir Orión que todavía no conozco. 🙂 Saludos

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    1. Orión es muy reconocible, se la puede encontrar fácilmente siguiendo la ecliptica (el recorrido del sol en el cielo). Seguro que la encuentras, aunque no sé decirte a qué hora la tienes sobre el horizonte.
      Un abrazo!

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      1. Hoy en día es muy fácil encontrar algo en el cielo gracias a numerosos programas de IT, lo más dificil en mi ciudad es encontrar el cielo despejado y además hay que alejarse a cierta distancia de la ciudad con sus luces, pero ya conozco varias opciones para eso. Un abrazo a tí.

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  2. Considero que en lugar de cuento se trata de un relato corto, dicho sea de paso: bien escrito y presentado. Aunque he de reconocer que no las tengo todas conmigo, pues me baso en que todos los cuentos que he leído estaban narrados en tercera persona.

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    1. Si, comparto esas dudas. La palabra «cuento» solo vino cuando estaba escribiendo el título para publicar la entrada (suelo poner el título cuando está todo terminado). Podría encajar en la categoría: trama única, solo los personajes imprescindibles, argumento sencillo (minimalista!) y desenlace rápido. La narración en primera persona quizás lo aleja del género, no lo sé.

      Voy a corregir algunas cosas: creo que tildes, como siempre, repito la palabra «imposible» y no me había dado cuenta, y algún detalle más.

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      1. Hoy lo leí a la ligera y se me pasaron las observaciones que detallas. Agradezco que te lo tomes con tanta deportividad, pues son pocas las personas que lo asumen y toleran con tanto respeto.
        Ha sido un placer leer y responderte:
        Saludos
        Saludos

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  3. Realmente lírico el relato, muy bonito.
    Y, como a The Askmaster, Orión es una de mis constelaciones preferidas; solo de pensar en la magnificencia de Betelgeuse, que desde que pequeño, cuando hacía mis pinitos en el club de astronomía, me dijeron su enorme tamaño… Nada que ver con la estrellita que te cabe en la palma 😀

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    1. Creo que llamarlo cuento (a última hora) ha resultado definitivo: la palabra cuento te predispone a lo entrañable, a la magia, a otra forma de leer menos exigente pero más permeable a la emoción. Sin esa palabra, la estrella juguetona hubiera sido pretenciosa, o absurda, o un recurso más.

      En realidad, quería practicar un poco con la sinestesia y tratar de comprimir una historia en pocos párrafos sin renunciar a las descripciones. Después me puse a escribir y… todo siguió un curso distinto.

      Me alegro que haya gustado un poquito a gente que escribe cosas que me gustan mucho, como tú.

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    1. Para tu tranquilidad el cigarrillo no contenía nada raro. La inspiración seguramente me vino de tener al perrete dormido en brazos… Despierta mi instinto maternal. Si, maternal, los hombres también lo tenemos, igual que tenemos tetillas.

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        1. He bañado a mis niños desde que nacieron hasta que empezaron a valerse ellos con la esponja y la toalla. Durante años mi mujer tenía turno de tarde/noche y me hacía cargo de pañales, papillas y lo que fuera menester. Y las noches que podía les contaba cuentos, siempre inventados, que para los otros ya está Disney.

          Y todos estos actos son los que recuerdo con más ternura y emoción, salvo intimidades con mi santa, de toda mi vida. Creo que eso es o tiene que ver mucho con el instinto maternal, y si no es así, bueno, que le busquen otra palabra

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