Algo más que tornillos.


Damián colgó su mono de trabajo, cerró la taquilla y apagó la luz de los vestuarios al salir, como cada día desde hacía ya más de cuarenta años. Siempre era el último. Era su responsabilidad y además le gustaba que fuera así: Dormía mejor sabiendo que todo había quedado en orden y que al día siguiente la preciosa línea de montaje volvería a arrancar, limpia y fiel, para ponerse a parir pernos, pasadores, pestillos para puertas, picaportes y espigas con su martilleo frenético, llenando de vida la nave con esa sinfonía mecánica que había sido la banda sonora de sus últimas décadas.

Disfrutaba de esa hora porque solo había silencio. Sus pasos resonaban en la inmensa instalación mientras se dirigía a la puerta trasera, como cada noche, cargado de horas en la mochila y de olvidos en la fiambrera, apagando cada luz y dándole las buenas noches a las máquinas.

Pero aquella noche iba más despacio y algo más cansado. Era su última noche. Los que entienden le habían dicho que ya no tenía edad para trabajar y que ahora podría descansar y disfrutar de la vida. ¿Disfrutar? ¿Cómo? ¿Sin sus máquinas? Pero no, eso se lo habían dejado claro, ahora ya no tenía obligación de volver, sino de irse. Y Damián siempre había sido obediente.

Miró al pasar con algo de envidia a la vieja remachadora expuesta en su pedestal, exiguo premio por tantos años de servicios. Jubilada por la modernidad, ahora objeto de museo, al menos había tenido la suerte de eludir al chatarrero y quedarse para siempre en la fábrica. Pero a él no le dejaron quedarse. Adiós, compañera.

Al fin llegó a la puerta, la abrió y la cruzó con decisión. Empezaba una nueva vida, nueva a la fuerza, pero insegura y vacía porque todas sus certidumbres de hierro quedaban atrás. Se volvió para mirarlas por última vez y solo entonces se dio cuenta de que algo iba mal: Había una luz encendida en la línea de montaje.

Pensó que se le habría olvidado apagarla. Cuando ya se acercaba al interruptor la linea de repente empezó a funcionar sola, porque allí no podía haber nadie más, y además de una manera bastante peculiar. La cinta transportadora se puso a circular y las distintas máquinas se iban moviendo pero solo durante un momento, comenzando las del principio y después sucesivamente. Arrancaba una y paraba otra. Se despertaba la siguiente y volvía a descansar la anterior. Y así fueron trabajando desde la primera a la última, sin faltar una sola, a todo lo largo de la linea.

Aquello no podía ser, ¡no en su último día! ¿Qué estaba pasando? Nunca en esos cuarenta años había pasado por alto una sola avería, ni había dejado de revisar todas las máquinas en su fecha, y hoy, precisamente hoy, ¡se habían vuelto todas locas!

Damián trató de reaccionar pero estaba bloqueado, atornillado al suelo como la vieja remachadora. Y mientras decidía lo qué tenía que hacer, de pronto, tal y como había empezado, todo terminó: La última máquina se detuvo, sonó un ruido metálico en la bandeja que recogía las piezas terminadas y se paró en seco la cinta transportadora, devolviéndole el silencio robado a la factoría.

Tras unos instantes Damián se acercó temeroso a la bandeja y observó lo que había caído en ella. Cogió aquella extraña pieza y la sostuvo entre sus manos durante una breve eternidad, hasta que vio que se le rompía una lágrima encima, y entonces se fue.

Nunca volvió. Al principio porque no quería; después ya no pudo. Mucho más tarde la curiosidad de unas manos pequeñas se puso un día a revolver entre sus recuerdos.

-Abuela, ¿Y esto también lo hizo el abuelo?

-En realidad no. Eso se lo regalaron en la fábrica el día que se jubiló.

-Pues es muy raro ¿no? No entiendo para que sirven todos estos tornillos y estas cosas aquí pegadas unas con otras.

-Espera, dale la vuelta. Así. Y ahora léeme lo que pone.

-Ah, si, ahora si lo entiendo. Aquí parece que dice… GRACIAS.

 

36 Comentarios

  1. Hola Isra. Te preguntarás qué hago por aquí, después de tanto tiempo de haber escrito tu relato. Cuando tengo un ratito (no me pasa muchas veces, pero a veces…) me meto en alguno de los blogs «amigos» y me pongo a fisgar entradas viejas. ¡Me gusta! Y, a veces, me encuentro con joyitas que leo y releo, pensando en lo maravillosa que es la mente, capaz de crearlas. Así me encontré hoy con Damián y su despedida a sus máquinas, recibiendo el agradecimiento merecido que llegó de las máquinas y no de los compañeros o de los jefes. Triste sociedad esta en la que una persona debe obligatoriamente dejar de trabajar, haciendo lo que ama, por el sólo hecho de cumplir los 60. Me conmovió profundamente, por la soledad del último día, y porque me recordó a mi padre que trabajó toda su vida de tornero (por eso una cadena de montaje, un torno, una remachadora, las máquinas me son tan familiares). A él, por lo menos, le hicieron una cena sus compañeros y jefes y hasta le regalaron un precioso reloj con una inscripción, que cuidaba como si fuera de oro. ¡Pero claro, eran otras épocas! Gracias Isra, por tu relato. Un abrazo fuerte.

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    1. Mi tío José fue también tornero. Aunque no le conocí, como tampoco a mis abuelos, guardo como un tesoro pequeños recuerdos suyos. Un calibre al que protejo del óxido como puedo, una pequeña jarra de bronce que hizo en la fresa con un par de vasitos tambien de ese metal, retazos de una existencia de la que solo se lo que me contaron. Quizá me vinieran de ahi, del abuelo Rogelio que fue delineante o del tío José que tenia unas manos prodigiosas, mis pequeñas ingenierías, las de aquel niño que rompia los juguetes para poder arreglarlos.

      En cuanto al relato fue un reto, porque el propósito último era arrancarle un poco de ternura a esas máquinas. Te agradezco mucho que lo hayas leído y comentado, y de paso descubrir esto que de alguna forma tenemos en común. Un abrazo!!

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  2. Muy buena historia. Cuando iba por la mitad del artículo, pensé en un final terrorífico que, creo, todos lo estaban pensando. La vuelta de tuerca viene al final. He tenido que leerlo dos veces para saborear cada descripción. Muy bueno.

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  3. Emotivo, sin duda, y muy bien escrito. Yo, si me permites, también haría alguna modificación de tránsito en la parte final, cuando la nieta encuentra la pieza. Por lo demás, muy bien planteado el tema de la humanización de las máquinas, la soledad del hombre en esos momentos tan tristes, …
    Enhorabuena, sinceramente

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  4. Ya sabes, Israel, que no sé criticar, pero me gusta y dejó un sentimiento de la tristeza muy suave, sólo porque el agradecimiento merecido vino de las máquinas y no de los compañeros o jefes. Los recursos literarios siempre adornan un relato. Un abrazo.

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  5. Si lo se no lo leo, no por que no me haya gustado sino porque hoy es mi última noche en el curro y ahora me ha entrado el cangelo. ¿Mira que si se pone los cincuenta camiones en marcha para darme la despedida? Salgo por patas y no me para ni los civiles.
    Dicen que es de bien nacido ser agradecido y hasta las maquinas agradecen el buen trato, bonita historia con un bonito final. Un abrazo.

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    1. Entre tu y yo, me puso sobre aviso uno de esos camiones pero no quería desvelar el asunto. Como ves no es casualidad, para nada, y ahora ya puedo proclamar que te dedico esta pequeña historia, con mis mejores deseos para el futuro. Un abrazo.

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  6. Es un escrito precioso. Desde luego, el momento de la jubilación no es agradable para muchas personas; supone abandonar una vida a la que se han consagrado durante años para iniciar otra. Muchas lo pasan mal, víctimas de la nostalgia.
    Te dejo un gran abrazo.

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  7. El relato es puro sentimiento, Isra, el agradecimiento de las máquinas hacia el hombre que ha pasado toda su vida cuidándolas, es extraordinario. Sobre todo cuando no recibe ese agradecimiento por parte de sus compañeros y jefes.

    Sí es cierto que se podría haber definido mejor el cambio en el horizonte temporal, cuando empiezan a hablar nieto y abuela, y más emoción al descubrimiento, pero el relato es excelente, llega al corazón, que es lo más importante

    Besos

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  8. Qué bonito relato, Isra! Me he emocionado!! 😢 Me ha encantado! Además, decirte que las figuras literarias le suman valor aunque pasen desapercibidas ante ojos inexpertos. Muy buen trabajo! 👌

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  9. Pues a mi me da pena. Pena el pensar que ese hombre no ha tenido mas vida que su vida dentro de la fábrica. Y pena por supuesto el que después de tantos años de dedicación el agradecimiento solo venga de sus máquinas. En fin, que me ha gustado.
    Igual la única crítica (no crítica si no mi percepción) sería un poquito de emotividad en las palabras de la nieta. Algo que refleje más emoción que un solo » ahora lo entiendo».
    Besacos Israel

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  10. A mí me ha gustado mucho, no te voy a hacer crítica porque no soy más que una aficionada a escribir. Además es un relato que nos lleva al sentimiento de ese hombre al decir adiós a su trabajo de tantos años, a esas máquinas que, con el tiempo, ha ido cogiendo cariño, aunque parezca una tontería…
    Y me ha gustado mucho el final, el agradecimiento de las máquinas en sustitución del de sus compañeros, porque yo he sentido su soledad. A mí me ha llegado el relato…
    Un abrazo.

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    1. Muchas gracias, Estrella.
      Muchas veces asociamos el amor por el trabajo con la figura típica del artesano que se esmera en cada pieza que produce, pero también cabe ese sentimiento en alguien que trabaja en una fábrica, o en cualquier otro puesto.
      Con esa reacción humana por parte de las máquinas quería reflejar, precisamente, la falta de esa misma comprensión por parte de los humanos, de sus compañeros, de los jefes que lo convierten en un inútil de un día para otro, y de la propia sociedad que establece esa frontera en el tiempo. Las personas mayores siguen siendo capaces y útiles por mucho tiempo, después de su jubilación que en realidad no es más que una fecha.
      Una sociedad que prescinde de sus mayores se está privando a sí misma de la experiencia, el talento y la sabiduría de todas esas personas.

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      1. No puedo estar más de acuerdo, aunque, en general, ha cambiado mucho la actitud ante la jubilación, ahora ya no se ve como un castigo, como hace unas décadas.
        En el último año se han jubilado varios compañeros míos y si bien han dejado su ocupación habitual, se han buscado otras actividades, aficiones a las que no habían podido dedicarle mucho tiempo durante su vida de trabajadores en activo y según dicen, se encuentran muy bien.
        Otra cosa es que, voluntariamente, una persona que está bien de salud y de mente, quiera mantenerse en su profesión y de acuerdo con la empresa, seguir en activo y ofreciendo toda su experiencia. Eso sería ideal. Pero fuera del trabajo supongo que por medio de cursos, talleres, en asociaciones y ayuntamientos seguro que, de alguna manera, podrían enseñar sus conocimientos sintiéndose útiles para la sociedad y más felices ellos mismos.
        Perdona, creo que me he enrollado… jeje. Ya estoy pensando que soy la siguiente en jubilarme del grupo y no me apetece nada. Lo bueno será que entonces tendré tiempo para escribir y para leeros a todos…
        Un abrazo.

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  11. Apabullante y estremecedoramente tierno (en serio que me ha estremecido) . Me ha sorprendido gratamente cuando entendí a cabalidad lo que estaba pasando.
    Mi único aporte es quizás un espacio más en el cambio de escena, algún separador o un «Años más tarde» quizás. Que se entiende pero se entiende una vez que ya comenzamos a leer y no al instante. Pero eso ya es cosa de gustos.

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  12. ¿Qué tal? ¿Qué os parece? Queria experimentar con unas cuantas ideas: la frase repleta de Pés para sugerir el martilleo de las máquinas, o esas otras frases cortas que describen cómo van arrancando y parando… Además algunas metáforas y hasta un oxímoron, breve eternidad, que tampoco es muy allá pero pensé que le daba sentido a ese momento que lo resume todo.
    En fin, espero que os haya gustado. Y vuestras críticas, por favor, ¡quiero aprender!

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